No hace falta tener mayores conocimientos económicos para intuir que la prosperidad de una sociedad exige instituciones sólidas que garanticen el respeto a los derechos de los ciudadanos, entre ellos el cada vez más minusvalorado derecho de propiedad. Es imprescindible brindar una mínima certidumbre, una esencial seguridad jurídica para hacer posible que se produzcan inversiones, se desarrollen iniciativas, se creen empresas y se concreten y ejecuten proyectos. De esos que en Córdoba hay cientos que hoy duermen el sueño de los justos.
Nadie puede llamarse a engaño. El PSOE en su afán por apartar al PP del gobierno municipal optó por un pacto con IU y Podemos que se limitaba a repartir áreas de poder, sin un programa común -las 50 medidas firmadas son un brindis al sol- y que se ha traducido en desgobierno, ineficacia y desorden en la gestión, con reinos de Taifas descoordinados y sin más proyecto que el mantenimiento en el poder y la simulación de un cierto izquierdismo.
Hay que celebrar que lo que era un secreto a voces en la ciudad finalmente haya sido denunciado por quien corresponde. No por voces individuales que pueden arriesgar el buen fin de sus proyectos, sino por la Confederación de Empresarios de Córdoba y por el Colegio de Arquitectos: la Gerencia de Urbanismo es hoy un caos al borde del colapso, compromete el desarrollo económico de la ciudad, constituye un insalvable cuello de botella para la generación de riqueza y empleo y es el mejor aliado de la parálisis en que se encuentra sumida la ciudad. Bravo por Antonio Díaz y Felipe Romero. El compromiso con la ciudad exige en ocasiones la valentía en la denuncia, aún a riesgo de ser reprendido o castigado por ello.
Por desgracia hoy el empresario es un individuo sospechoso en la Gerencia. Desde la gerencia de esa institución se le observa más como un enemigo que como el imprescindible motor de la actividad de la ciudad. El sectarismo campa a sus anchas en la sede de Medina Azahara sin que los políticos del gobierno muevan un dedo para impedirlo y sin que los muchos buenos empleados públicos que allí trabajan puedan hacer nada por impedirlo. Por fortuna, parece que se ha perdido el miedo a denunciar la lentitud, los excesos, los dislates y las arbitrariedades. Ojalá ese lógico miedo desaparezca por completo y todo el mundo pueda conocer que una gran parte de la culpa de la falta de empuje y de desarrollo de la ciudad tiene nombre: cogobierno; el peor sin duda de la historia reciente.
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