Suelo aprovechar las mañanas tempranas de los domingos para escribir esta columna, que después aparece el lunes. Cuando hay elecciones, acudo a mi director, pidiéndole más tiempo para la entrega con el objeto de poder valorar los resultados a vuela pluma. Eso me lleva a que los domingos electorales entrego al periódico el artículo sobre las diez o las once de la noche. Me lo aguantan, con una amabilidad y generosidad que agradezco, pero que, en el fondo, no tiene justificación, porque el artículo (supongo que todos, pero el mío desde luego) no aporta nada. En las elecciones, al votar, todo el pescado está vendido y lo más que puede hacerse a posteriori es jalear la venta o detestar la compra. Esta vez no he pedido tiempo extra. Para escribir esto, me da igual qué pase.

Quiero que se me entienda: no es que no me importe lo que ocurra en Cataluña, me interesa mucho. Es que estoy tremendamente aburrido de escuchar la misma historia allí, pero también en el resto de aquí, sobre el puñetero procés, las condenas, los indultos, la amnistía, el modelo de Estado, el reencuentro, el constitucionalismo, el soberanismo y la mare que ens va parir a tots. Los axiomas que dirigen la política catalana, errante desde los experimentos estatutarios de Maragall, los tripartitos de Montilla, el secuestro de Mas y el estrambote de Puigdemont y Torra, oscilan entre el quédate y el me voy. Poco importa que yo declare la importante parte de España que es Cataluña, porque no moverá un ápice la convicción de mi amigo Xavi, por ejemplo, para querer ser independiente. No tengo fe.

Influyen los líderes. Reconozco que Illa ha sido una sorpresa porque es el único que ha dicho algo aparentemente distinto (es bueno eso de si tú pones los votos, yo pongo el cambio) y puede que el mensaje haya calado en un electorado huérfano, aburrido y perplejo. Otra cosa es que sirva. Desde luego, es irrelevante el nivel de Carrizosa o de Fernández, como ocurre también con Chacón. Sabater y Albiach no lo tienen tampoco, pero, en cambio, pueden tener juego. Y en el bloque de gobierno, Borrás es una sombra al lado de Aragonés. Con todo, el final habrá sido, digo yo, un Borrás-Aragonés-Illa, con lo que la suma y la resta es probable que siga igual. Ah, claro, y Garriga, que, pase lo que pase, gana, porque entra.

Si viviera allí, lo habría tenido complicado para votar. Como aquí, sabría a quién no, por descontado. Lo de a quién sí es un debate horroroso. Y ése es el gran dilema de nuestras elecciones en todos los lados: que no se vota a favor, se vota en contra. Yo ya lo que quiero es tener una poquita de suerte, que quien nos caiga en lo alto no sea ni absolutamente incompetente ni completamente irreversible. Si, justo lo contrario.

Hoy, lunes, presumiblemente, estarán tragándose sapos. Y nosotros, que aspirábamos al seny, nos conformamos con no ser tragados. Normalidad democrática.

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