Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Ya matizará

¿Qué gana la izquierda, esta izquierda, a cambio? ¿Cuál es el precio para que semejante oprobio valga la pena?

En el fondo, no dejaba de tener su gracia: portavoces de Podemos salían en tropel ante cualquier micrófono a tiro para recordar cómo define la RAE el término exilio o para desplegar complejas disquisiciones etimológicas, a cual más bochornosa, mientras Rodríguez Zapatero respondía lacónico: "Ya matizará". Y vaya si matizó: Pablo Iglesias compareció poco después para reafirmarse en su comparación de la situación de Puigdemont con la de los exiliados españoles en el 36 y los muchos, largos y duros años posteriores. Si se trataba de defender el republicanismo, el método resulta, cuanto menos, discutible. Pero lo que constituye todavía un misterio, más aún después de tantos años, son las razones por las que la izquierda española acude rauda a elevar a los altares a la burguesía nacionalista catalana con semejante disciplina, otorgándole incluso honores que uno consideraría reservados al santoral más consciente de la oposición histórica al fascismo en España. En serio, ¿qué gana la izquierda, esta izquierda, a cambio? ¿Cuál es el precio para que semejante oprobio valga la pena? Cuidado, que también Aznar hablaba catalán en la intimidad con Pujol: pero ahí había dos que al menos cojeaban del mismo pie, el del nacionalismo y su infalible aliado, la corrupción. Pero, ¿qué adelanta Pablo Iglesias con todo esto?

No importa que hablemos de la derecha más rancia e intolerante de Europa, ni importan sus soflamas racistas y genetistas, ni siquiera, parece, la agilidad a la hora de desviar fondos públicos a la causa. Si Pablo Iglesias tiene que hacer pasar a Puigdemont por un adalid, un mártir, por la causa más noble que corresponde a la izquierda en el ejercicio de la memoria frente al olvido impulsado por el fascismo, pues va y lo hace. Y tan pancho. Subraya Iglesias que no comparte las ideas de Puigdemont, pero es curioso que cada vez que echa mano de alguien adverso para proyectar su imagen de demócrata opte siempre por el mismo palo. Así que igual no son tan adversos. Quién sabe, tal vez Puigdemont es fan irredento de Juego de Tronos, o es tan culto que ve otras muchas series, o le consigue a Iglesias entradas gratis para el cine, o le huele el aliento a Chanel, o guisa unas lentejas con chorizo capaces de hacer abdicar a Gengis Khan. El secreto de este hechizo, digno de la maga Circe y de las sirenas que casi encadilan a Ulises, es uno de los grandes enigmas del siglo.

Con todo esto, claro, los que no quieren oír ni hablar de memoria histórica se frotan las manos. No hay nada más reconfortante que encontrarte el trabajo ya hecho. La monarquía puede respirar tranquila.

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