Una noche de verano, de esas que nos regala el finiquitado agosto cordobés, de esas que, nuestras avenidas principales nos ofrecen imágenes desconocidas. De esas en las que, la primera conversación siempre está regida por lo insoportable o llevadero de los calores, una de esas, estuve cenando con dos amigas. En la mesa de al lado y, por sorpresa, una cara amiga, el pediatra de mis hijas, el pediatra del centro de salud que nos toca. El saludo, mucho más cariñoso de lo que marca el vínculo profesional. A partir de ahí, el asunto de los calores dejó paso en mi mesa a la cercanía, o no, de esos profesionales que nos turnan y que pasan a ser parte de nuestra rutina más o menos intensa. La una, subrayaba lo que su médica de cabecera había celebrado su reciente ascenso profesional, la otra, la sensibilidad especial mostrada por la enfermera de las vacunas. Yo, ponía sobre la mesa la insistencia de mis hijas para, después de tres visitas a la consulta, mandarle un mensaje a Rafa -su pediatra- para decirle que ya están buenas. Y es que ellas consideran que después de tanta visita, debe andar preocupadísimo y merece un mensaje tranquilizador. Y ahí, con esa percepción de mis hijas, nos pasamos el segundo plato y el postre.

Lo intuimos preocupado, porque nos hace sentir que le importamos. De ahí, pasamos a la vocación, a aquellos que sustentan un sistema no perfecto, a la sensibilidad de algunos profesionales y al tópico del funcionariado. Y, como el verano tiene esas horas extra para la reflexión, le he dado vueltas al asunto.

La médica de cabecera de mi amiga y Rafa, nuestro pediatra, coinciden al parecer, en un gesto. Cuando salimos agobiadas de la consulta, nos confesamos que ambos profesionales se levantan para despedirnos y nos ponen la mano en el hombro. Y eso, podríamos llevárnoslo cada uno a nuestro terreno. Sin entrar a valorar lo sano o no, de llevarnos el marrón del curro a casa, creo que todos debemos trabajar para que nuestros pacientes, nuestros clientes, nuestros alumnos, para que nuestro público, sienta nuestra mano en el hombro. Hacer sentir especial a la gente para la que trabajamos, a los que prestamos nuestros servicios, podríamos tenerlo presente, hacerles sentir que nos importan, que su asunto es importante para nosotros, podría ser un propósito para el nuevo curso. Yo, le doy gracias a mi pediatra, por haberme enseñado la importancia de hacer sentir la mano en el hombro. Definitivamente, se lo cojo prestado.

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