A falta de procesos electorales a la vista -o eso parece- los partidos políticos de este país se han puesto manos a la obra para arreglar sus cuestiones internas, esas de las que casi nadie habla pero que existen, y que salen a la luz cada vez que se trata de mover sillones en los despachos de las sedes. Córdoba tampoco escapa a esos movimientos y ahí tenemos al PP de la provincia embarcado en la preparación de un congreso que ha pillado por sorpresa a todos por aquello de que la dirección nacional -con el inestimable asesoramiento del presidente andaluz del partido, Juanma Moreno- ha decidido que José Antonio Nieto (exalcalde de la ciudad y actual secretario de Estado de Seguridad) no pueda repetir como presidente del partido en su tierra. Vaya por delante que soy de los que piensa que quienes ocupan cargos de gestión institucional, al nivel que sea, deberían estar apartados de lo que son las cuestiones internas de sus respectivas formaciones. Sus responsabilidades son otras muy distintas, aunque suene a tópico, ya que tienen la obligación de gobernar para todos y centrar todos sus esfuerzos en el bien común. Pero claro, el problema está en que la perversión de la política nos ha llevado a una situación en la que si no eres un cargo orgánico destacado en tu partido pocas son las posibilidades de entrar a formar parte de un gobierno, ya sea a nivel local, autonómico o estatal. Es así de triste, pero es lo que hay.

Los aparatos de los partidos se han convertido de esta manera en órganos muy poderosos, hasta el punto de que condicionan -y de qué manera- no sólo quiénes están al frente de la gestión interna, sino que además señalan con el dedo a los que deben ocupar responsabilidades de gobierno. Decía recientemente un veterano político cordobés que hubo un ministro en este país que presumía de que entre sus más cercanos colaboradores sólo él tenía el carné del partido, mientras que el resto, aunque afines a la causa, habían sido designados por su capacidad profesional para ocupar esas responsabilidades. No digo yo que tengamos que llegar a esos extremos, pero sí empezar a separar un poco más entre el talento para el ejercicio de las funciones públicas y la capacidad de medrar entre nuestros políticos, que parece que han asumido con cierta frivolidad que el solo hecho de haber ascendido en su partido les confiere la competencia suficiente como para desempeñar cualquier papel en la administración.

La obligación de los partidos políticos es tener a los mejores al frente -el debate de la presunta democracia interna lo dejaremos para otro día- y a la vez contar con los mecanismos suficientes como para también contar con los más preparados a la hora de afrontar la responsabilidad de gestionar cuando tengan la ocasión. Sin embargo, aquí se pierde el tiempo en el análisis de las cuotas territoriales, en si determinada corriente interna tiene más o menos puestos en el gobierno o en cuántos sueldos se pueden repartir para que los afines al aparato puedan vivir holgadamente sin preocupaciones y recuerden a quiénes le deben el estipendio que reciben. El aparato es el que manda. Así nos va.

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