La mala hora

La actual dirección del PSOE ha declinado representar a una gran mayoría de españoles

Parece claro que los resultados andaluces guardan una estrecha relación con la política española. Sin la amenaza del procés y sin las pintorescas alianzas del presidente Sánchez, la suerte del PSOE y la ventura de Vox hubieran sido, probablemente, otras. El fruto de esa doble incertidumbre ha sido el fortalecimiento de un partido que aboga, con acusado dramatismo, por la unidad de España. De modo que es fácil pronosticar un crecimiento del señor Abascal, en tanto el señor Sánchez no modifique -cosa que no puede- el cuadro de sus compañías políticas. Lo único que podría hacer el señor Sánchez es aquello que no hará, salvo sorpresa mayúscula: convocar elecciones. Entre tanto, el PSOE parece destinado a una consunción inimaginable y acaso definitiva, hija de sus propios errores, alimentados con obstinación. El nacionalismo sectario e indisimulado de la señora Armengol sería sólo el colofón a una deriva infausta.

En otra situación, y con actores más juiciosos, los hombres del procés tratarían de llegar a un acuerdo airoso, ahora que tienen un interlocutor propicio. Pero la naturaleza misma del procés, su majadería lírica e inverosímil, no invita a pensar en una aproximación, y sí en el recrudecimiento de las hostilidades, que los presente como mártires ante la opinión pública. Si los acontecimientos siguen su curso, nos dirigimos a una situación cada vez más hosca e imprevisible. Una situación en la que las ambiciones personales del señor Sánchez quizá hayan adquirido -la Historia lo dirá- un desmesurado protagonismo. Por motivos difíciles de entender, la actual dirección del PSOE ha declinado representar a una gran mayoría de españoles que han visto amenazada la existencia misma de su país, y ha preferido apoyarse o dulcificar a la minoría hostil y retardaria que lo amenaza. El precio de este error, sobre el enconamiento de la cuestión, probablemente se pague con la futura irrelevancia del socialismo patrio. También con el crecimiento de partidos políticos cuyo fin primordial es el de aplacar un miedo que nunca tendría que haberse alimentado.

La política, entre otras muchas cosas, es el arte del matiz. Y nos acercamos, con desesperación, a la mala hora en que los matices se trocan en una homogeneidad agresiva. Los señores Iglesias y Garzón, con irresponsabilidad culposa, hablaban ya de un bloque antifascista, cuando entre sus alianzas o sus simpatías se cuenta el racismo acaudillado por el señor Torra. No sabemos, aún, qué oscuridad nos aguarda.

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