HABÍA cumplido todos sus deseos. Menos convertirse en Miss Venezuela. Por eso, aquella mañana de un 14 de junio, hace seis años, jamás pensó que la suerte le sonriese una vez más en un día de lluvia. Boris Izaguirre, el showman al que todos pretendemos conocer a través de sus perfomances en televisión, esconde miles de historias en una memoria enredada, casi calcada de un guión novelístico.

Al venezolano le basta una presentación de su laureada obra Villa Diamante para disparar un monólogo de un tono surrealista y mágico. Y cuando llegó a la feria del libro de Cádiz, no fue menos. A los periodistas congregados, nos contó su paseo por Barcelona con un desconocido -llamado Javier Sardá- en un coche beatle. O su primer pensamiento al ganar el Premio Planeta. "¡Qué lejos han llegado!, ¿no?". Entre risas, enlazó con el traje de chaqueta que llevaba ese día, el que adquirió para la boda de Paulina y Colate... De repente, pronunció perfectamente Gucci para contarnos que entró corriendo en una tienda de esta firma para comprarse algo que ponerse en su boda. Una unión formal que no le puede hacer más feliz. Se le nota. Se evade de donde quiera que esté y cuenta cómo encontró a "un hombre increíblemente calzado" bajo una tormenta en Galicia. "Pese a la que estaba cayendo en pleno junio, Rubén llevaba zapatos de lona", desvela, a sabiendas, de que eso gusta de él. Asume su vida pública, que pretende enfocar más a la literatura, algo que siempre estuvo ahí y que cada vez valora más.

Luego, entre su público, se siente aún más liberado, atendiendo pacientemente cualquier súplica. Hasta a una joven periodista, a la que contesta con ronroneos que lo único que le hace especial es "tener una piel tan bonita". Asimismo, reconoce que "retomará su dieta". Pero el verdadero Boris no se desnuda en televisión. Lo hace de palabra, descubriéndose como un cronista eterno. Que despide siempre con amor cada historia de su vida.