La lista más votada

Cada elección tiene su contexto, y a éste se acogen los contendientes, con más o menos razones, para buscar las alianzas

El lunes, en el oratorio de San Felipe Neri, Feijóo propuso la modificación de la ley electoral aplicable sólo a las elecciones municipales para que siempre gobierne la lista más votada. Dejando al lado el componente claramente oportunista de la propuesta (la sombra de Vox, y sus acuerdos forzosos a los que habrán de verse impelidos sus candidatos, es alargada…) la cuestión no tiene mucho recorrido. Aparte de las dificultades técnicas para su implantación, plantea problemas de gobernabilidad, y es inasumible para los partidos pequeños, que basan su anclaje electoral en los pactos territoriales con fuerzas más grandes, otorgándoles la visibilidad que habitualmente no tienen, aun a riesgo de perecer víctima del conocido como abrazo del oso.

Sin salir de Sevilla, y hablando de memoria, con la flamante propuesta de Feijóo aquí no hubieran sido alcaldes ni Luis Uruñuela, ni Alejandro Rojas-Marcos, ni Alfredo Sánchez-Monteiseirín (aunque sí fue la lista más votada en su segundo mandato, en el primero lo consiguió gracias a que Alejandro lo prefirió a Soledad tras pactarlo no con él, sino con el entonces presidente Chaves), ni posiblemente Juan Espadas, quien tampoco sacó más votos que Zoido en las elecciones de 2015. Cada convocatoria tiene su contexto, y a éste se acogen los contendientes, con más o menos razones, para buscar las alianzas. ¿Qué cara pondrán en el PP local en la hipótesis en absoluto improbable de que el candidato Sanz sea alcalde con el apoyo de Vox pese a sacar menos votos que el actual alcalde?

Pienso que, en lugar de plantear iniciativas de dudoso encaje legal y práctico, los grandes partidos sí podrían pararse a reflexionar sobre su actitud cuando, perdidas claramente las elecciones y sin contar con el apoyo del electorado, retuercen los argumentos para llegar a pactos contra natura con tal de que no gobierne el contrario. Muy poco de lo que está pasando en España ocurriría si el PSOE de Sánchez hubiera formado gobierno con Ciudadanos, o como mal menor hubiera buscado un acuerdo de mínimos con el PP, en lugar de conformarse a desempeñar este triste papel de primus inter pares entre un conglomerado de radicales. Y hoy mismo, cuando el principal argumento contra el contrario es afearle su segura unión con el ultra de turno, nada de esto pasará el día en que quien pierda de un paso al frente dejando al otro gobernar, sin necesidad de una ley nueva que lo obligue.

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