Editorial

Los límites de la libertad de expresión

EL caso de los dos titiriteros detenidos en Madrid por enaltecimiento del terrorismo durante un espectáculo de marionetas que se suponía infantil y que se pagó con dinero público pone sobre la mesa dos cuestiones: los límites de la libertad de expresión y la falta de control por parte de las administraciones de los espectáculos que contratan. Es cierto que, en una democracia, siempre se debe de tender a ensanchar las posibilidades de expresión de los ciudadanos y que, en este sentido, la legislación y la acción judicial deben ser garantistas. Sin embargo, en el caso del que hablamos, la decisión del juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno de ordenar la prisión provisional y sin fianza de estos titiriteros está más que justificada. En el propio auto judicial se explica cómo fueron los propios padres de los niños los que, escandalizados ante el contenido violento de la obra y de su apología al terrorismo etarra -incluso también al de Al Qaeda- , decidieron parar la obra y llamar a la Policía. La acción ciudadana deja claro que la sociedad española no está dispuesta de ninguna manera a que se exalte a una banda criminal como ETA y a que se humille a sus víctimas, el testigo doloroso de unos años de violencia extrema que no se deben olvidar fácilmente. Por tanto, es exigible que se aplique con todo el rigor la legislación vigente y que, si la Justicia determina que los dos titiriteros son culpables de los hechos que se le imputan, paguen por ello.

Por eso no entendemos la actitud de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, quien en una red social justificó la acción de los titiriteros, de los que dijo que "están encerrados y asustados con lo que les viene, sabiendo que a partir de hoy van a tener que lidiar con la maquinaria mediática sin escrúpulos de una derecha vengativa que no soporta la disidencia y aún menos perder las elecciones". No es la primera vez que desde el entorno de Podemos surgen discursos sospechosos de ser más comprensivos con los terroristas que con sus víctimas, por lo que los líderes de la formación morada deberían hacer un esfuerzo para evitar este tipo de actitudes. Los únicos asustados son los hombres y mujeres que todavía se levantan por las noches con pesadillas, a los que les falta algún miembro de su cuerpo o los que, sencillamente, nunca más recuperarán a un ser querido. La señora Colau ha perdido una magnífica ocasión para permanecer callada. Finalmente, hay que hacer un llamamiento para que las administraciones extremen el celo a la hora de contratar espectáculos que puedan derivar en actitudes como de la que hablamos. El dinero público no se puede usar en estos menesteres.

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