Testigo directo

Toni / Cruz / Ajcruz@ / Eldiadecordoba.com

De la limitación al infinito

RESULTABA desalentador leer, en la mañana del martes, titulares en algunos periódicos locales de Baviera que ponían juntas las palabras " limitaciones " y España. Los locos que colapsaron durante una jornada el autómata y monocromático sistema de trenes austriaco (tal parece el estigma y el color también de su carácter) no parecían tener presente tan desalentador adjetivo asociado al de su selección. Era el caso de Felipe El torero. Un estudiante pacense de Erasmus en Nuremberg que no tuvo reparo en reconocer lo dificultoso de orinar vestido con un traje de luces ("Al menos tiene rota la bragueta"). Tanto él como los otros seis o siete (oscilaban según el momento del viaje) compañeros de viaje que, ebrios o semiebrios, completaban la ruta Rosenheim-Innsbrück no tenían problemas en fotografiarse y ser retratados. En departir y en compartir experiencias. En cantar con alemanes e incluso con los rivales de turno ("hay que ver que mala leche tienen estas rusas para lo buenas que están", espetaba algo contrariado un gaditano que trataba de intimar). Las escolares indígenas, que eran mayoría en el vagón, miraban atónitas, saltaban enfebrecidas y se unían al machacón "Que viva España".

Luego, ya en la capital del Tirol, cada cual tiraba a lo suyo. Los más, se volcaban en conocer a fondo el mundo de la cerveza local. Los menos, reparaban en el Goldenes Dachel (el tejado dorado, monumento más conocido de la ciudad). Todos se hacían fotos sin ton ni son mientras Manolo el del Bombo hacía acto de presencia acompañado de unos sujetos con unos disfraces inexplicables a medio camino entre Fabio MacNamara y Chiquito de la Calzada.

En el camino hacia el Tivoli Neu, la policía que vigilaba el evento estaba de vacaciones. Tan relajados se sentían los gendarmes (los había rusos, austriacos, alemanes y españoles) que se dedicaban a tomar fotos o a posar con los seguidores. "Sehr ruhig (muy tranquilo)", decían para sí. Porque, si algo bueno tiene la afición española -y el martes lo volvió a demostrar- es que es muy pacífica. El aspecto del seguidor medio de la roja refleja un nivel socioeconómico medio alto y una ausencia casi total de hooliganismo entendido como gamberrismo. Así se entiende que uno de los cánticos más escuchados fuera el "Alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos el resultado nos da igual".

Lo malo, lo de siempre, es que al ser el nuestro un estado de taifas la cultura de selección es inexistente o casi inexistente. En las gradas, mientras en un fondo los rusos desplegaban una descomunal bandera con el águila bicéfala, en el otro se pasaba sin solución de continuidad del "Que viva España" al "Paquito el chocolatero". No hay más. Por no hablar del himno. "¿Pero es que no tiene letra?", me preguntaba una amiga alemana. Na, na, na, naaa... Era la respuesta. El partido no dio tregua, pero los goles se fueron cantando con desigual entonación. Hubo quien intentó hacer la ola, pero no hubo manera ante la tozudez del sector B (lo que correspondería a una preferencia en un campo español).

Cuando Villa metió su tercer gol fue cuando los neutrales (que había muchos en el campo) se decantaron definitivamente. Los gestos con sus manos delataban lo que querían decir. Para no ser latinos eran capaces de explicar muy bien el espíritu del magreo del balón. Del buen trato como fórmula y fín en sí mismo. De la felicidad entendida como algo redondo. Eso es fútbol, decían. Y todos asentían rotundamente con la cabeza.

Al final, todos contentos. Lo mejor que tiene un encuentro de selecciones nacionales (máxime cuando se disputa en el extranjero) es que las aficiones suelen tener cierto distanciamento emocional con el tanteo. No había rusos llorando por la vergonzante derrota. Ni españoles jactándose de empezar casi tan bien como de costumbre (sobre todo porque saben cómo suelen acabar). Sólo había otra riada de personas que, en mezclada retirada, compartían un camino de vuelta lluvioso hacia sus hogares provisionales entre los Alpes. Todos lejos de casa. Todos cerca de su patria por sus banderas. Patria, banderas, fútbol, teas maritales que casan bien en los veranos pares. Por cierto, a la vuelta y comentando el partido, una cadena de radio bávara hacía un cambio de discurso. Ahora España era un claro favorito al título. Hasta que lleguen los cuartos. Por supuesto.

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