El jardín indoloro

Dicha actuación policial, tan prudente como valerosa, le ha parecido a nuestra izquierda lírica un poco intolerable

Resulta extraño tener que recordar algo tan obvio: las multitudes que se reunieron el domingo pasado en Cataluña pretendían conculcar y suprimir el derecho de ciudadanía de todos los catalanes. No sólo el de quienes no opinan ni actúan como ellos, y en consecuencia se comportan como seres civilizados; sino el propio derecho de los nacionalistas, que reniegan así de su libertad, para abismarse voluntariamente en la ciénaga identitaria (vuelvan a leer a Fromm y su Miedo a la libertad para entender a estas masas fanatizadas y crédulas). Ante esta situación, un golpe de Estado apoyado por un importante número de facciosos, era lógico que el Gobierno actuara con celeridad y contundencia. Y sin embargo, dicha actuación policial, tan prudente como valerosa, le ha parecido a nuestra izquierda lírica un poco intolerable. También a los dignatarios de la UE; pero del suicidio de la UE hablaremos otra semana.

El hecho es que el partido del señor Iglesias ha denunciado al Gobierno español ante la UE por vulnerar los derechos fundamentales de una nutrida representación de golpistas. Es de suponer, por tanto, que en la jornada del 23-F, las almas puras como el señor Iglesias y la señora Colau, y los espíritus seráficos como el señor Garzón (o un decepcionante Iceta), se hubieran situado en el exterior del Parlamento, para recriminar a la Policía su intolerable actuación contra el señor Tejero. Nadie duda de que el señor Tejero guarda en su pecho un corazoncito de oro. Pero entre el corazoncito de don Antonio Tejero (otro nacionalista de una pieza, como el golpista Puigdemont), y el corazoncito del resto de los españoles, las fuerzas de orden público se pusieron de parte de los españoles. Se pusieron de parte de la democracia. Justo como el domingo pasado. Con la diferencia de que entonces les aplaudieron y ahora los injurian por hacer, exactamente, lo mismo. Debe señalarse, no obstante, otra diferencia crucial entre el golpe del 23-F y el obrado hace unos días por el señor Puigdemont: mientras que en febrero del 81 los golpistas llegaron al Parlamento desde fuera, en el putsch catalanista sus autores estaban sentados en el Parlament, en número sonrojante.

¿Explicarán algún día el señor Iglesias y la señora Colau su irresistible simpatía hacia el nacionalismo golpista? ¿Comprenderá la UE su estúpida ceguera? En este jardín indoloro, hemos renunciado a defendernos. Defendernos contra quienes, como el domingo, acosaron, agredieron y vilipendiaron a las fuerzas de la democracia. Lo pagaremos caro.

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