Inminente. Inminente otra cena, inminente desenfundar la lencería roja, inminente otro encuentro con familia o amigos, otra vez el repaso a las sillas y a constatar cómo hemos crecido, cambiado, envejecido. Cómo estamos. Repaso consciente e inevitable a quién no está y a quién ha llegado. Lo mejor, estar; la putada, las ausencias. La lectura forzosamente amable, de las sillas de los abuelos que se fueron, ocupadas por los nietos que llegaron. La esperanza, en los achaques que irrumpieron a lo largo del año y que fueron atajados satisfactoriamente para llegar bien a esa cena que estamos por disfrutar. Es verdad que ya no nos ponemos guapos para ir a casa de la abuela, ni nos ponemos nerviosos para cargarnos de lentejuelas tras horas de peluquería, o colocarnos la excepcional corbata y ser los primeros en aparecer por el cotillón, pisar la calle, pasados los menos minutos posibles del nuevo año, al ruido de petardos -jodidos petardos- para afrontar la larga noche al son de canciones, miradas, confidencias y copas.

En familia, muchos que ya no están, otras a las que les cuesta reconocernos, porque la memoria hizo de las suyas, ya no tenemos el objetivo de los churros -tacones en mano- para el primer desayuno del año. Los matrimonios y hasta los divorcios impusieron otro régimen de estancias, custodias que se alternan, con propios y políticos. Los años pasan y las realidades varían, tampoco estará Ramón García ni su capa. Puede que nos falte alguna aportación gastronómica eterna de quienes ya no están para fogones, pero todo ello, ha dado paso a otro tipo de festín.

Cada etapa nos colorea de un tono el evento, lo afrontamos con diferente actitud e incluso responsabilidades, pero hay cosas que permanecen inalterables. La idea de un folio en blanco, de todo por escribir y dar color al nuevo calendario que tenemos por estrenar, debería seguir siendo capaz de generarnos una sensación estimulante. Errores por corregir, proyectos por realizar.

Inalterables son las uvas, los brindis y las sonrisas en esa noche. Inalterable la sensación de lo mucho que se nos ha quedado por hacer, inalterable también debiera ser la ilusión, los doce o mil deseos que encierran las campanadas, la conciencia por enaltecer la salud, y ponerla arriba de la lista debería durarnos más allá de esos cuartos, el mirar alrededor y constatar qué es lo importante, sentirnos afortunado o con esos propósitos de enmienda alentadores. Ser capaces de proyectar sueños al año que tenemos por delante. Muchos objetivos, un nuevo año por llevarlos a cabo. Que sea el mejor.

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