la ciudad y los días

Antonio Manuel

Lo imposible sólo tarda un poco más

NO merece llamarse humano quien se muestra impasible ante la desesperanza ajena. Por eso las revoluciones son destellos de humanismo que afloran cuando una persona desesperada pierde la vida para demostrar que ya no queda nada que perder. Tuvo que meterse fuego una persona desesperada para que estallara la primavera árabe. Tuvo que arrojarse al vacío una desesperada para que políticos y banqueros se plantearan cómo paralizar los desahucios. Parece mentira que sólo la muerte injusta abra la puerta del corazón y de los despachos de quienes debían haberla evitado. Se tuvo que clavar una bengala en el pecho de un niño para que las prohibieran en los campos de fútbol. O tuvieron que morir cinco jóvenes en una fiesta para criminalizar la codicia.

He dicho bien: criminalizar la codicia que hemos bendecido con nuestra pasividad cómodamente. Por ejemplo, hemos sido y seguimos siendo cómplices de la codicia bancaria. Reconozcámoslo. A todos nos jode que se hayan rescatado entidades financieras con nuestro dinero. Que cobren indemnizaciones millonarias los gestores que las quebraron, mientras a los demás se nos despide miserablemente. Pero la inmensa mayoría, mantenemos la cuenta, la tarjeta, la hipoteca, la pensión o la nómina por el banco, esperando que sean otros los que desesperen por nosotros y comiencen la revolución.

Uno de estos rebeldes anónimos es un parado que exigió cobrar en metálico el subsidio. En contra de lo dispuesto en el artículo 26.2 del RD 625/1985, el hombre se negó a proporcionar un número de cuenta alegando "las altas tasas de mantenimiento anual de una cartilla bancaria, cantidad que no estoy dispuesto a pagar". Tampoco aportó justificante alguno "porque de sobra es conocido por todos el hecho de que los bancos cobran por tener una cartilla". El asunto terminó en el Juzgado de lo Social nº 1 de Córdoba quien falló a su favor invocando su legítimo derecho a la objeción de conciencia. El magistrado recuerda que la libertad individual e ideológica están reconocidas en la Constitución, norma de mayor rango en nuestro ordenamiento, y que los poderes públicos deben remover los obstáculos que impidan su ejercicio efectivo. Y termina condenando a la Administración por imponer la firma de un contrato de adhesión con un tercero privado, a sabiendas del coste para el interesado.

Este gesto revolucionario sería una amenaza para la codicia bancaria si lo elevásemos a gesta al imitarlo en masa. Entonces dejarían de cobrar por lo que deberían pagarnos. Sé que parece imposible porque hemos normalizado lo anormal y consentido lo que termina dañándonos. Pero como leí hace poco en un tuit anónimo: lo imposible sólo tarda un poco más. Es urgente y necesaria la rebelión de los pequeños gestos. Y no hay que esperar tanto para actuar aunque tengamos que esperar toda la vida para recoger sus frutos. La rebelión sí es un préstamo a largo plazo. Y una actitud, un estado. Probablemente, el más humano. Como decía Camus: "me rebelo, pues soy". Así pues, seamos y rebelémonos cuánto antes para que nadie más pierda la vida desesperadamente.

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