Plural y singular de una misma palabra y dos conceptos bien diferentes. La imagen es distorsionable, equívoca, injusta y casquivana. Se vende y se compra. A veces hasta se alquila. La que del Córdoba y de su afición se va a quedar en las retinas de los menos curiosos va a ser difícil de recuperar en un tiempo. La mayoría de los que ahora juzgan con severidad al cordobesismo en el resto del Estado -por culpa del sensacionalismo mediático- apenas conocían antes que sus colores eran el blanquiverde y no el verdiblanco. Muchos de los que, tras ver 30 segundos de televisión, se llevan las manos a la cabeza por la lluvia de botellas admitieron (o toleraron) que el Nou Camp no se cerrase o que San Mamés parezca estar al margen de la ley. Por eso, El Arcángel será juzgado sumariamente por un tribunal que nunca será justo ni proporcionado por sus precedentes. Que sólo atiende a una imagen concebida y a la alarma social. Manipulable y manipulador. Y por eso hay que temer por una sanción dura, que no ejemplar, porque de valientes sería meterse con los de su misma talla.

Pero, independientemente del castigo, siempre quedarán las imágenes. Y las del sábado son imperecederas. Botellas volando, niños asustados, gente corriendo y cargas. Miedo, drama en tentativa y suspense. Eso no se borra de la mente de nadie. Y no se puede justificar. Ni asumir por mucha injusticia que se presuponga. Esa desagradable sensación debe desaparecer. Que el fútbol sea únicamente deporte y espectáculo y que nadie se escude en la masa. Que cada palo aguante su vela. El Comité, hoy, hablará en plata. Pero somos nosotros, los que escribimos lo que pasa pensando unas veces sí y otras no en lo que puede pasar, los primeros que debemos hacer examen de conciencia.