Mi abuelo materno era un hombre de campo, vivió la guerra y aquello condicionó su manera de vivir, como a tantos. Era un hombre bueno de esos que no querían problemas, de mejor hablar bajito, ser prudente, vivir tranquilo y no meterse en líos. Su única hija, se enamoró sin embargo de un joven de aquellos otros dispuestos a luchar por la libertad, a gritar y correr delante de quien hiciera falta para acabar con aquella dictadura, arriesgando vida y libertad. Y en una de esas, a la vuelta de Portugal allá por la Revolución de los Claveles, lo detuvieron, entre otras cosas, por encontrar en su coche varios ejemplares del Mundo Obrero. Ante eso, a las novias de aquellos, les tocaba deshacerse de las pruebas y mi madre no tuvo otra que recabar para eso la ayuda de su padre. Como los padres son así, sobreponiéndose al miedo, mi abuelo no dudó en irse al campo esa noche y enterrar, bajo el olivo más grande de la finca en la que trabajó tantos años, decenas de ejemplares de aquel tabloide rojo.

Esa anécdota familiar, secreta durante muchos años, se la confesé hace algún tiempo, al sabor de su Jameson con agua, a uno de los dueños de aquel olivo, y que el viernes se fue para siempre, dejándonos más solos y más huérfanos a muchos. Aquel día nos emocionamos, brindamos por hombres buenos que ya no están, por los valientes y por los que se hacen valientes, por los que son referente. Ahora todos los brindis son por él.

Porque Pepe Rebollo ha sido para muchos el modelo de abogacía, de esa tradicional y artesana sin complejos, digna y excepcional. Ha sido el ejemplo de compañero, precisamente por su generosidad con todos, con el compañero ilustre, con el que empieza, con el que se está formando. Ha sido el Decano, el abogado audaz y leal al que aspirar parecerse. El último de aquellos letrados sin recelos para reconocer la valía de otros compañeros. Ha sido sin duda, el más brillante de una época con tendencia a la mediocridad.

Puede que sea injusta, pero la ausencia de Pepe me genera la sensación de perder, no solo a un referente personal y profesional, sino al más brillante de su generación, al último de aquellos que tenían la lealtad por bandera, la elegancia constante por estilo, el saber estar, el saber guiar, liderazgo natural. Estoy egoístamente triste porque me será difícil poder admirar a alguien tanto como lo admiro a él, desolada porque nos hemos quedado sin referentes, nos hemos quedado más tristes, más solos, más huérfanos. Nos hemos quedado sin Pepe Rebollo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios