Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Un homenaje mancillado

Conmemorar es recordar juntos. Solemnemente. En silencio, sin gritos ni alharacas. Sin partidos ni banderías

Honrar y conmemorar a las víctimas de un atentado criminal, tan vil como el de Barcelona, es un deber ciudadano que ennoblece a toda la sociedad cuando lo siente como necesario. Es terrible pensar que cualquiera podría haber estado paseando por las Ramblas aquella tarde de agosto. Somos plenamente conscientes de que todos y cada uno de nosotros estamos en el punto de mira del terrorismo. Aunque el simple hecho de pensarlo nos lleve a la más profunda de las melancolías. Quizá por eso surja, entre las personas de bien, un sentimiento de empatía hacia quienes murieron asesinados por un puñado de terroristas islamistas ciegos de odio, sola y exclusivamente, por haber decidido estar en el lugar más inoportuno y en el momento menos indicado.

Conmemorar es recordar juntos. Y hacerlo solemnemente. En silencio, sin gritos ni alharacas. Sin partidos ni banderías. Pero sospechábamos que no iba a ser posible. Es tal la radicalización de la política española y tan dolorosa y evidente la fractura de la sociedad catalana que ni los más ilusos tenían confianza alguna en que fueran las víctimas las únicas y justas protagonistas de las jornadas de homenaje. Los independentistas vieron la posibilidad de lanzar su mensaje al mundo y no quisieron desaprovecharlo. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tienen un puñado de muertos comparado con la gloria infinita que ha de alcanzar la nonata República Catalana? Basta recordar toda la historia-ficción desarrollada por sus propagandistas y como la legendaria eficiencia de su policía o el respeto internacional que inspiraría una Cataluña soberana, habrían impedido, por obra y gracia de no se sabe muy bien qué o quién, que ese atentado se hubiera producido jamás. Tampoco han andado muy finos los que - desde enfrente - han entrado al trapo de la provocación dando tres cuartos al pregonero.

Podrían haber aprendido del Rey quien, tras la encerrona que le preparó el presidente de la Generalidad cuando le presentó, sin tener lugar alguno en el protocolo del acto, a la esposa del exconseller Forn actualmente en prisión preventiva, como "la esposa de un preso", sonrió y la saludó con la corrección propia de un caballero. Y eso que podría haberle dicho sin temor a equivocarse: "Yo soy el cuñado de otro preso. Pero ese es el problema del estado de derecho, que la ley es dura pero es la ley. Y además, hay que cumplirla si no se quiere acabar en la cárcel".

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