La hazaña perenne

Es un signo de esperanza que un libro de hace más de cuatro años siga estando de actualidad

Se me cruzó por esos mares virtuales de Dios una entrevista a Ismael Grasa sobre un libro suyo. Con entusiasmo, yo había leído en 2018 La hazaña secreta. Di un respingo y, antes de leer la entrevista, ya le estaba escribiendo al director de una revista literaria donde colaboro pidiéndome la vez para hablar de ese nuevo libro. Le suplicaba que o lo pidiese a la editorial o me lo comprase con urgencia.

Algo más tranquilo, me dispuse a leer la entrevista. Buenísima, aunque con la fastidiosa sorpresa de que hablaba de… La hazaña secreta. Era un fastidio doble, primero, porque me quedaba sin un nuevo libro de Ismael Grasa que sólo había existido en mi ilusión (en el doble sentido). Y segundo, por el ridículo. Tuve que desdecirme corriendo ante el director de mi revista. Es tan eficaz, que ya había metido mi reseña en su plan y había escrito a la editorial. Yo había molestado tontamente (en el doble sentido) como mínimo a dos personas.

Sin embargo, estaba alegre. Parece que los libros ahora son todos de hoja caduca. Salen, si tienen suerte se les dedican tres o cuatro reseñas, y se olvidan. Es imposible edificar una cultura sólida con tanta fugacidad. Es un signo de esperanza que un libro de hace más de cuatro años siga dando pie a una entrevista de prensa y que mi corazón despistado salte de gozo al reconocer al autor.

Corrí a releer el que hay y, entre la frescura de su prosa, la eternidad de sus temas y mi mala memoria, resultó una rutilante novedad. La hazaña secreta defiende la alta dignidad de la vida normal. Trae esta cita del pintor Pepe Cerdá que no había olvidado: "Un día es una cosa muy seria". En esa línea, Ismael Grasa nos regala un exquisito manual de buenas maneras, que van de dentro afuera: "Cada uno, en cierto modo, es el presidente de su país", afirma y, aunque yo prefiero una metáfora menos republicana y más humilde y me conformo con ser el barón de la baronía soberana de mi casa, es el mismo espíritu. A las demás normas no les pongo peros: "No hay verdadero heroísmo, ni virtud, donde falta el aprecio por la vida" o "Eso llamado saber estar incluye saber cuándo debe uno no estar". De dentro a fuera, defiende el cuidado de la belleza de las pequeñas cosas e incluso de la prudencia y el buen gusto en el vestir. Como no es esnob ni cursi, el libro da gusto y hace mucha falta. Es una buena noticia de actualidad que siga dando su batalla cuatro años después.

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