La larga etapa de renovación de gobiernos en Occidente se cerró ayer con las elecciones alemanas. Varios años de comicios continuados que dejan lecturas diversas. La principal, que los populismos descreídos del sistema y defensores de utopías avanzan por la derecha y la izquierda, diferentes en tantas cosas pero parecidos en su rupturismo y en su relato sentimental. El triunfo de Trump, el Brexit o el auge de la ultraderecha nacionalista y la ultraizquierda antisistema en países como Francia, Alemania, Italia o España son símbolos de ello. Aún con todo, no es desdeñable el hecho de que, al menos en la Europa continental, siguen siendo mayoría los ciudadanos que apuestan por formaciones moderadas. La UE tiene por tanto una nueva oportunidad de limar sus no pocos errores. Pero de lo que no hay duda tampoco es de que las circunstancias están cambiando, con un concepto esencial en declive: el de la solidaridad entre territorios. La ultraderecha, en su clásico egoísmo, lo tiene clarísimo y la ultraizquierda, sabedora de que sin esa solidaridad muchas zonas deprimidas podrán asumir su relato redentor, opta por asumirla como un mal que sin embargo les dará réditos electorales. Quiere decirse por tanto que la dupla Macron-Merkel tendrá que acertar y mucho, pero también que las regiones deprimidas europeas tienen que ponerse las pilas. En clave andaluza, hay por ello que hacerse a la idea, visto lo que pasa en Europa y en la misma España, de que los años del maná bendito acabaron. Con unas autonómicas viéndose al fondo, se antoja pues el momento ideal para que nuestra tierra, pasadas ya las generales, el 1-0 y demás gaitas ajenas, abra un debate intenso y esperanzador sobre su futuro. Nos toca crecer, madurar. Y lo que no puede ser el que debate político andaluz ahora mismo ni exista, solapado por el gallinero español y por la dependencia servil, vicaria, de nuestras formaciones políticas. Si nos va a dejar solos o medio solos, que tiene toda la pinta, habrá que prepararse y buscar entendimientos. No es hora de victimismos sino de audacias. Y aunque el panorama, si uno echa un vistazo dentro y fuera asusta, a la débil sociedad civil, tan politizada e inmadura la pobre, le toca abrir el debate en busca de una refundación autonómica que vaya mucho más allá de un simple Estatuto. Andalucía ha cumplido los 18 años, la van a dejar sola, muy sola, y tiene que pensarse en serio qué narices va a hacer para resistir como región europea, con conciencia social y floreciente. Mirar para otro lado, así como si el mundo no estuviese cambiando, no es opción.

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