La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Para habitar la soledad

Hoy, más que nunca, debería educarse para habitar la soledad gustosa y voluntaria o amarga e impuesta

Hay muchas soledades, unas gustosas y voluntarias, otras atroces e impuestas; unas transitorias, como las actuales de las cuarentenas, otras que son una cadena perpetua. La voluntaria se disfruta como quien se aísla en una habitación con ventanas (la lectura, sobre todo) y una puerta que se puede abrir cuando se desee. La forzada puede ser una reclusión en una celda ciega y sin puerta si no se tienen instrumentos para habitarla. La deseada es serena, reflexiva y está abierta a los encuentros. La impuesta es dolorosa y estéril si no se le abren ventanas.

Hoy, más que nunca, debería educarse para habitar la soledad. Tanto para desear y disfrutar la voluntaria como para afrontar la impuesta. Porque además de la segura que, dadas las actuales estructuras familiares, vendrá casi inevitablemente con la vejez ("el secreto de una buena vejez no es más que un pacto honesto con la soledad", escribió García Márquez), hay nuevas formas de soledad -desde la coyuntural reclusión por Covid a la falsa sociedad de las redes- para las que se debe estar preparado. Pero no se hace. La educación en la familia y las aulas no entrena para estar solo, no fomenta las aficiones que pueblan de presencias la soledad, la lectura, sobre todo, única afición que crea -como escribió Joseph Conrad- esa "solidaridad que une la soledad de innumerables corazones, relaciona a cada hombre con su prójimo y mancomuna toda la humanidad" y que George Steiner definió como una "fraternidad en lo esencial".

Por desgracia, se educa o deseduca para lo gregario. Vuelvo a Steiner: "La noción de cultura vigente se ha volcado hacia lo público, hacía lo colectivo, como algo más bien social. Cada vez hay menos intimidad, sólo aquellos que gozan de una posición económica desahogada pueden aspirar a cierta vida privada, al silencio, a la propiedad de sus libros y su espacio. La consecuencia de esto es la concepción de que ese tipo de relación con la cultura -encarnada en el acto de leer, por ejemplo, bajo ciertas condiciones de silencio y con el tiempo suficiente- corresponde a un mundo fenecido, propio de una élite cada día más reducida, y supone una perspectiva de cultura que ya no opera en nuestro mundo". Quien no ha sido educado para desear la soledad voluntaria y afrontar la inevitable está condenado a la búsqueda compulsiva de relaciones superficiales, una huida en los otros en vez de un encuentro con el otro, o a la infelicidad.

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