El fracaso del Estado

La responsabilidad individual se ha evaporado y buscamos un responsable al que achacarle nuestras frustraciones

En un reportaje televisivo aparecen varios adolescentes fumando en la puerta de un instituto. "Los expertos dicen que el Estado ha fracasado", dice con voz truculenta la locutora. ¿Por qué ha fracasado? Aparentemente porque esos adolescentes incumplen la ley antitabaco a la vista de todo el mundo. Pero la pregunta que uno se hace, después de reflexionar un poco, es quiénes son esos "expertos" que atribuyen la culpa de esa situación al Estado que no es capaz de imponer sus leyes. Y sí, es cierto que cierta responsabilidad tiene el Estado, pero deberíamos pensar en otros responsables. ¿Por qué no han fracasado los padres de esos adolescentes? ¿O los educadores del instituto? ¿O los programadores televisivos? ¿O los propios chicos? Porque los chicos, por supuesto, tendrán alguna responsabilidad en fumar. A los 16 ó 17 años, los adolescentes ya no son bebés de pecho. Y los padres y los educadores y las mismas cadenas de televisión tendrán también alguna responsabilidad en que ocurran estas cosas. Pero ya nadie se acuerda de la responsabilidad individual.

Desde hace varias décadas nos hemos especializado en eludir la responsabilidad de nuestros fracasos y en atribuírselos en exclusiva a alguien más. Y el Estado -que es un ente monstruoso que devora nuestros impuestos- se ha vuelto uno de los sospechosos habituales a quien cargarle las culpas. Si no vendemos un libro que hemos escrito, si nos deja nuestra pareja, si nuestro negocio fracasa, la culpa es del Estado. Si nuestra vida no es como nos gustaría, la culpa es del Estado. Si se escapa un menor de un centro de vigilancia y acaba violando a varias mujeres, la culpa es del Estado. Si no vienen clientes, la culpa es del Estado.

Ya se ha convertido en una especie de reflejo condicionado. Al fin y al cabo, el Estado no es nadie y podemos reclamarle cualquier cosa. En Francia, la movilización de los chalecos amarillos le ha exigido al Estado bajar los impuestos y subir los salarios, algo a todas luces incompatible. Pero da igual: nadie se para a pensar en ello. Desde que la responsabilidad individual se ha evaporado, siempre buscamos un responsable ajeno al que achacarle todas nuestras frustraciones. Y el Estado -tan antipático, tan frío, tan inhumano- es el candidato perfecto. Porque encima paga. Con nuestro dinero, sí, pero paga. A veces.

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