Por fin, ceniza

La clave auténtica de los disfraces no está en los que te pones, sino en que, por fin, te los quitas

Ala ceniza se llega hecho polvo. Por eso, el Miércoles de Ceniza tiene -reconozcámoslo- la tácita alegría de la empatía y del reconocimiento. Claro que esto quizá no se entienda del todo si obviamos que la Cuaresma es el periodo de la purificación y de la oportunidad de restaurarse. Hoy es un día, para los católicos, de ayuno y abstinencia. Lo que puede verse como una norma anacrónica y masoquista impuesta desde la jerarquía y bla, bla, bla, pero que lo será solamente si uno no ha comido demasiado. Los que llegamos ahítos y con sobrepeso, consideramos el ayuno como una espléndida ocasión necesaria para depurarse un poco. E igual, con todo.

Lo he entendido mejor gracias a los disfraces. A mí no me gustaban, pero me gusta aún menos que no me gusten las cosas, así que hice un poder. Lo primero, como siempre, fue pedir amparo a mi primo de Zumosol, que es Chesterton. Él defiende los disfraces con el argumento de que sirven para vestirse de lo que se es: buscarse un traje vistoso de padre de familia o de poeta o de pagador de impuestos, etc. Resulta una defensa preciosa, aunque disfrazada, porque lo que defiende, en realidad, no son los disfraces, sino los uniformes y, de fondo, una sociedad gremial, medievalizante como una vidriera de colores.

La clave auténtica de los disfraces no está en los que te pones, sino en que te los quitas. Por eso el Carnaval termina el martes de Carnaval y culmina el Miércoles de Ceniza, que es el día de colgar todos los disfraces. Es la relación íntima entre el Carnaval y la Cuaresma, que tendemos a olvidar, con riesgo de no entender ni el Carnaval ni la Cuaresma ni a nosotros. El Carnaval es el éxtasis del desorden acumulado durante el año, y su catarsis; y el disfraz, el paroxismo del otro o los otros que terminamos siendo a poco que nos dejemos ir. La trascendencia del disfraz radica en que representa todo lo añadido que no somos. Lo importante de él es quitárselo: aparecer de nuevo con nuestro rostro verdadero, sorprendente.

El disfraz no es lo que te pones y, por eso, los más entendidos insisten en que la gracia está en disfrazarse con cualquier cosa. El disfraz está para quitárselo. Lo malo de no disfrazarse estriba en olvidar que, de todas maneras, a la Cuaresma ya llegamos más que disfrazados. La careta del Martes de Carnaval sirve para apartársela el Miércoles de Ceniza. Tengan ustedes un muy feliz reencuentro consigo mismos.

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