No son pocos los motivos que, en apenas quince días, ha acumulado el gobierno de Pedro Sánchez para ser criticado. Desde la forma en que se aprovechó de una frase incluida en una sentencia con calzador y aviesas intenciones relativa a la poca o mucha credibilidad que ofrecía un testimonio, pasando por algunos de los apoyos recabados en la moción, éticamente inaceptables y basados en exclusiva en el odio a Rajoy y al PP, hasta llegar a algunas de las primeras medidas anunciadas, en las que la demagogia campa a sus anchas y, a sabiendas, plantea actuaciones inviables para un país miembro de la Unión Europea, defiende con uñas y dientes un presupuesto que descalificó por completo o hace, para pagar las pensiones, lo que consideraba -cuando lo hacía Rajoy, claro- una perversión.

No menos criticables son los excesos verbales cometidos por Pedro Sánchez y su equipo durante su época en la oposición: su discurso de oposición pivotaba entre el alarde de pureza que supondría su llegada al poder y el tono inquisitorial contra el Partido Popular y la derecha. La maldita hemeroteca ha colocado al presidente en una situación un tanto desairada, cuando se le han recordado sus palabras sobre aquellos que según él no pagaban sus impuestos o sobre los imputados (a los que se refería con escasa precisión técnica, manifiesta falta de respeto a la presunción de inocencia y notable hipocresía como esos imputados delincuentes) en puestos de responsabilidad. No eran esas ideas fruto de una necesaria reflexión sobre la ejemplaridad en la vida pública sino sólo palabras huecas destinadas a erosionar y debilitar al adversario y a generar una falsa imagen de compromiso con la regeneración.

Que todo lo anterior admita poca discusión no justifica, sin embargo, parte de la estrategia de desgaste al gobierno iniciada por el PP en forma de petición de dimisión del ministro de Agricultura, Luis Planas. Aparte del hecho indiscutible de que la designación de Planas -profundo conocedor de la materia y persona honrada a la que su propio partido masacró en Andalucía cuando osó cuestionar a Susana Díaz- es un acierto político y técnico como reconoce el sector de modo casi unánime, bien haría el Partido Popular en no comprar ese relato inquisitorial y maniqueo del sanchismo sino poner de manifiesto sus contradicciones y excesos, actuar con lealtad y, en lugar de fomentarlas, denunciar y tratar de erradicar esas prácticas que hacen irrespirable el ambiente y contribuyen al rechazo y a la desconfianza hacia la política y los políticos. Y por supuesto, dejar de pedir una dimisión, la de Planas, que saben que constituiría una injusticia mayúscula. Sánchez es un incoherente mayúsculo, sí, pero no es aceptable que el PP haga propio ese discurso.

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