Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
Primero el casi. En Reino Unido hay un evidente cambio de rumbo. Los conservadores de Sunak (pero también de Truss, Johnson, May y Cameron) han sufrido una derrota histórica y los laboristas de Starmer (ahora sí, Starmer y ya está), una victoria rotunda. El laborismo ha sabido salir de la estúpida irrelevancia en que lo metió Corbyn (a pesar de que como independiente revalide su condición), ganar de nuevo el centro útil e insuflar esperanza como alternativa, hoy ya gobierno. Sin duda, de ser británico y salvo catástrofe de candidato para elegir en el que fuera mi distrito, habría votado laborista, por lo que estaría, como estoy, contento. Como de serlo, también habría votado mucho antes, cuando todo esto empezó, por permanecer en la Unión, igual tendría un runrún por si el triunfo abriese una vía para el reingreso, pero, en verdad, al saberme realista, se disiparía rápido: no parece que el Reino Unido vaya a regresar. En tareas pendientes yo sí me pongo regresar pronto para pulsar el cambio.
En cambio, aquí toca la presidencia de turno a Orbán, el jefe de Hungría. Todo lo que sabemos de Viktor Orbán es poco para el riesgo que representa (por cierto, Abascal, ahora, en su alianza; otro motivo para prescindir). La Hungría que Orbán quiere no tiene sentimiento europeísta. Los suyos son europeos, de eso no hay duda, aunque pasen olímpicamente de las instituciones comunitarias; tienen un punto de resentimiento generalizado hacia no se sabe quién, quizás hacia su propia historia, por haber sido mucho y ahora ser mucho menos y, como en casi toda Europa del Este, una posición ambivalente con Rusia, a mitad de camino entre la animadversión y el miedo, con reverente obediencia, al fuerte. Plantarse en Moscú para tratar con Putin, sin nada de fondo, pero dándole oxígeno es mearse en Europa. Al menos, en ésta endeble de solo chau-chau.
Con el agua al cuello, salvados por la campana, Francia. La segunda vuelta (en primera vuelta con el corazón, en la segunda con la cabeza) hizo el trabajo. Inicialmente ilusionado con Macron, llevo años dolido por la deriva imposible del Partido Socialista, asustado por el lepenismo y preocupado por la insumisión, muy oportunista, de Mélenchon. Evitar la extrema incompetencia de los candidatos de la ultraderecha, una vez que han tenido que sacar la patita en sus distritos, es una buena noticia, pero soy muy europeo, orgullosamente europeo, y veo con perplejidad cómo entra en riesgo evidente el proyecto más importante del siglo XX, impasibles e incompetentes los lideres que deberían protegerlo.
Los frutos de incorporar a la Unión a cualquiera, deprisa y corriendo, sin tener en cuenta lo que antes llamábamos el acervo comunitario y la despreciable ausencia en nuestros países de liderazgo solvente, demócrata, centrado y contundente alimentan monstruos. Hay mucho retrógrado y mucho populista de todo color, sí, pero, sobre todo, solo tenemos papanatas al mando.
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