Mis amigos británicos, tristes por el Brexit, juegan con una estrella de la Unión, sacándola de la bandera, aunque formalmente ninguna de las doce represente a cualquiera de los antes veintiocho y ahora veintisiete, y nos piden que la cuidemos por ellos. En un juego irónico del destino, la estrella ha caído en el peñón.

El Reino de España y el Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte han alcanzado un principio de acuerdo para que Gibraltar y el Campo de Gibraltar no padezcan el exceso previsible de la solemne estupidez impuesta por el caprichoso Brexit. Es sabido que quiero y defiendo ese trozo de Europa, tal como es, hasta su punta, aun a costa del zarandeo periódico que esta opinión me genera, y por tanto lo celebro, al igual que lo hacen los llanitos y los campogibraltareños, desprovistos allí de patochadas patrioteras basadas solo en palmos de tierra y trozos de tela. Gibraltar no tendrá una frontera terrestre dura. Y se alcanza el acuerdo porque no se habla de soberanía, ni se impone el control, ni se cuestiona la fiscalidad, es decir, se alcanza el acuerdo porque se aborda desde los aspectos importantes que afectan a las personas.

Con todo, hay algunas consideraciones sobre el acuerdo que haríamos bien en calibrar. Gibraltar ha importado un soberano comino al gobierno de Su Graciosa Majestad. En casi mil páginas de acuerdo de divorcio no se incluyó una previsión clara para una de las potenciales fronteras terrestres del Reino Unido con la Unión Europea (la otra se resolvió con mucha negociación, Irlanda). Por otra parte, la posición reivindicativa española sobre la manida soberanía poco ha importado a los negociadores de la Unión, que dieron por bueno el pacto sin Gibraltar. Es decir, desde la Navidad a Fin de Año Gibraltar quedaba fuera del acuerdo, permanecía como única frontera dura, y la UE-27 y BritainAlone lo daban por bueno.

La habilidad de Picardo, al situar la frontera en el puerto y el aeropuerto, sometida al control de Frontex, sin agentes españoles (que controlarán los datos ofrecidos por la policía gibraltareña pero no estarán físicamente allí) es un triunfo práctico del sentido común. No hay cesión, hay solución. Gibraltar, británico de alma mestiza y carnavalera, garantiza el paso libre de ciudadanos europeos a su territorio y desde allí al resto de Europa de los llanitos que quieran, pero el coste de esa operación obliga al pasaporte para los británicos que entren allende los mares. Risas genovesas. Cuadrar el círculo, aunque lo dejaran fuera, como en la isla de Irlanda, la otra frontera, unida por tierra, Brexit sin Brexit. Los gibraltareños saben que el brexit no es invento británico, es solo de la campiña inglesa. Y eso queda lejos de la Punta de Europa.

Gibraltar sabe bien lo que quiere y no quiere ser español, pero sí europeo. No es mucho, pero algo es algo. Como poco, un buen comienzo to be continued.

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