En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Al estilo de Valle-Inclán

Qué lejos quedan aquellos tiempos del Cuentamé como pasó en los que el sorbo al medio o al chato de vino era el ingrediente perfecto para iniciar una conversación con los amigos cuando los bares eran verdaderos hijos de las tabernas. Los que somos de pueblo y ya peinamos canas o calvas nos encarnamos gracias a la nostalgia en ese Carlos Alcántara de la serie televisiva recordando esas tascas de las que a veces había que sacar con calzador a nuestro propio padre y en las que se cerraron muchos tratos y negocios parecidos a los que ahora se apalabran en lujosos restaurantes con cartas que rozan lo alternativo. Mas lejos quedan aún aquellos otros tiempos de mejor que te lo cuenten como pasó -porque no los viviste- en los que las tabernas [local en verdadero peligro de extinción donde, que no se olvide, se sirven sanas bebidas] eran un paraíso etílico donde intercambiar cultura regada con buen vino, centros de reunión de literatos y otros artistas de época situados a las antípodas de los cafés, en los que tampoco faltaba el sol y sombra. Cuentan que Valle-Inclán gestó sus más esperpénticas obras en esos bohemios lugares en los que confluían la razón y, como también es lógico -ya que no existía ni la Logse ni la LODE ni la LOE-, el analfabetismo de quien no había cogido en su vida un libro.

Los hijos de la Logse, de la LODE o de la LOE echamos de menos la oportunidad, cuando la pandemia lo permita, de volver en Córdoba a aquellos tiempos -sin que nos lo contaran- a través de una ruta que debería tener como patrón a un españolizado santo catalán llamado Jorge cambiando la flor por la media botella de Montilla-Moriles para acompañar al libro regalado. Haciendo así carne una segunda parte de un itinerario por 34 tabernas cordobesas que se convirtió también hace algunos años ya en una forma de completar la colección literaria de siempre para aquellos con síndrome de la compra de fascículos postverano en los quioscos y que en aquella ocasión se habían quedado algo rezagados en esas adquisiciones de literatura de toda la vida. También fue la oportunidad propicia para que el alcohol del cubata o la cerveza dejara algo de sitio en las venas al etil elemento que componen un matrimonio perfecto con un fino, amontillado o pedro ximénez. Pero, sobre todo, también se convirtió en la manera perfecta de impregnar la vida de algo de cultura de la de verdad y no del sucedáneo al que nos ha acostumbrado, entre otras, la televisión, experta en el atontamiento más absoluto de los sentidos. Todo ello en un ambiente de olores y sabores que nunca faltaron en los sentidos del escritor de Divinas palabras natural de Villanueva de Arora cuya pluma diseñó a Tirano Banderas. Y es que, alumbrado por luces de bohemia, siempre quise ser como Valle-Inclán.

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