El español sentado

Después de cuatro décadas de crímenes y extorsiones etarras, el señor Urkullu promueve una ley sobre violencia policial

Lope de Vega se refería a "la cólera del español sentado" para burlarse de las exigencias del público, que quería, por el modesto precio de una entrada, asistir a un drama que lo abarcara todo, absolutamente todo, desde el Génesis al Juicio Final, y sin saltarse ninguno de los pasos intermedios. Hoy, sin embargo, la cólera española es más modesta y, principalmente, más localizada. Es decir, que el español monta en cólera por partes, o según qué cosas, pero luego vuelve a su ser y parece una persona con estudios. Pongamos un ejemplo reciente: la cólera del español sentado no desmayó hasta que doña Cristina Cifuentes dimitió por un quítame allá esos másteres (lo cual está muy bien, salvo la terrible crueldad de los vídeos); mientras que un presidente autonómico como don Quim Torra, ufanamente racista, no ha despertado el menor reproche entre la masa vigilante y coleriforme.

¿Por qué se exige la dimisión de una presidenta autonómica por una mentira curricular -lo cual está muy bien, insisto, y queda muy centroeuropeo-, pero se ignora el racismo de un president que injuria a más de la mitad de sus administrados? He aquí lo que decía sobre la modesta cólera del español de hogaño; y sobre todo, he aquí su misteriosa cólera sectorial, que pondera lo anecdótico e ignora lo trascendente, como si ser racista fuera menos grave, a efectos de la jefatura de una comunidad, que falsificar el carnet de la piscina. Este mismo mal, esa misma fiebre por lo irrelevante, es la que parece aquejar a la imperturbable muchachada del PNV: después de cuatro décadas de crímenes y extorsiones etarras, el señor Urkullu promueve una ley sobre violencia policial que, por un lado, sugiere que en el ordenamiento jurídico español no se persiguen tales desafueros, y por el otro indica que el problema del País Vasco es un problema externo, de brutalidad del Estado, y no de una aguda putrefacción moral de índole nacionalista. ¿Podemos imaginar qué ocurriría si un presidente autonómico escribiera que los catalanes o los vascos son bestias con forma humana? ¿Podemos calcular la inmensa, la indesmayable cólera del español sentado? Ah, qué hermoso espectáculo daríamos, clamando como eremitas desnudos.

El caso, ya digo, es que don Quim Torra, simpatiquísimo promotor de la ratafía, sigue siendo president de Cataluña a pesar de su racismo confeso. De modo que sólo cabe albergar una remota esperanza: que haya falsificado sus artículos.

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