Cambio de sentido

Contra la escuela

La buena escuela, contra la que mucho se decreta, combate no sólo la ignorancia, también la mala fe

DENTRO de unas décadas recordaremos el modelo educativo actual como un disparate", me dijo. Asentí. Suspiramos, casi resoplamos. Como todas, aquella profe de instituto de un pueblo andaluz lidiaba a diario con programas curriculares, protocolos, TIC (así llaman a tanta pantalla), plan director, grupos de guasap, informes PISA y otros intríngulis barrocos ideados para una supuesta calidad educativa. También me habló mucho de Séneca (que no es un filósofo estoico sino una aplicación informática). Ante estos rigores -me contó- ella sólo encontraba consuelo en dar clase a sus chaveas, en calarlos de lejos, en apoyarlos de cerca, en enseñarles lo que pudiera de las ciencias y de las artes, y en encontrárselos andados los años, reconocerlos y preguntar qué tal les va. "Estas niñas y estos niños no son abstracciones -seguía diciéndome-. Son seres concretos a quienes educar en el espíritu crítico, no replicantes a quienes ajustar y programar para competir dentro del Sistema. Las estadísticas deben servir para ellos y no ellos para las estadísticas". Me acordé de algo que dejó dicho el filósofo, poeta (y también profesor) Eduardo García: "Los diagramas económicos son la pintura religiosa del siglo XXI. Idéntico el fervor, idéntica la fe, la misma servidumbre". Eso mismo digo yo del dichoso informe PISA. "En Andalucía lo que sabe un niño de 10 años es lo que sabe uno de ocho en Castilla y León", afirma Tejerina. Me pregunto qué es "eso", qué cosa es "lo que sabe" un rapaz de Manganeses y una nena repiona de Martos. Mejor dicho, me pregunto qué es lo que les enseñan, cómo se lo enseñan y para qué se lo enseñan. En el actual modelo no tendrían cabida -ni reflejo en los ránquines modernos- los donaires escépticos de Juan de Mairena, las ideas sobre la educación de Beltrand Russell, o los planteamientos de Séneca (que no es una aplicación informática sino un estoico).

La Filosofía va a volver al instituto como materia obligatoria, ha dicho el Congreso. ¡Qué temeridad! ¿Se lo han pensado bien sus señorías?, ¿qué será lo siguiente, restituir el latín y la retórica?, ¿repensar el modelo educativo?, ¿no meterse con los chiquillos andaluces? Los recortes en humanidades -leo a Pedro Olalla- "no son nunca para economizar recursos: son para atajar la disidencia". Así que pónganla, pero poquita. Y anden con ojo: la buena escuela, contra la que tanto se lleva decretado en este país, combate no sólo la ignorancia, también la mala fe.

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