DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Ni envidiado ni envidioso

SINTIÉNDOLO, desilusionaré a los amigos que esperan que mi artículo describa las dos faenas de José Tomás en Madrid. Esa tarde precisa estuve en Las Ventas, y ellos consideran que debo compartir el privilegio. Igual que Tomás se pone en el sitio inimaginable y consigue, allí, unos naturales sobrenaturales, mis amigos me creen capaz de bajar al ruedo de lo inefable a rememorar una emoción que, por la misma esencia del toreo, es evanescente. Pero ni lo intentaré. No por miedo a la voltereta, que a fin de cuentas también va en este oficio, sino porque estoy con fray Luis de León.

Quiero decir que mi ideal es vivir "ni envidiado ni envidioso". Recreándome en la suerte (en la que tuve) sólo conseguiría despertar la envidia del respetable. Ya la he visto brillar, halagadora y estéril, en los ojos de los primeros que oían mi relato. Apenas conocía yo ese brillo oscuro, y me niego a fomentar en nadie un pecado capital.

Hasta ahora tampoco he tenido que luchar demasiado contra la segunda parte, pues envidiar no es mi vicio. No hay que confiarse, sin embargo. A medida que uno va cumpliendo años, va incumpliendo sueños. Puedes acabar, si te descuidas, con un poso de resentimiento espeso. Sería triste que madurar supusiera cambiar las antiguas ambiciones inalcanzables por envidias nuevas muy realistas.

En ningún caso me ocurrirá esta semana, que ha sido mágica. He visto además la adaptación que ha realizado el grupo teatral Tras el trapo del libro La niebla, del poeta José Mateos. Impresionante representación, donde no se pierde la carga simbólica del poema, encarnado sobre las tablas. En una escena, el personaje principal pasea por un cementerio leyendo las lápidas. Una de ellas me recordó, con la vivacidad de un relámpago, una vieja ambición mía.

Rezaba: "La tierra te sea leve, Juan Quijano,/ en todos dibujaste una sonrisa". Comparada con la ola de emoción multitudinaria y grave de la faena de José Tomás, quizá parezca una ambición pequeña la de hacer una literatura amable que nos mejore de paso un poco. Pero la plenitud consiste en cumplir con hondura y entrega la propia vocación. José Tomás frente a los enormes victorinos; yo frente al morlaco soso de la vida. Con la que está cayendo, en la economía y en la sociedad, dibujarle a cualquiera una sonrisa no es moco de pavo. De hecho, a veces, según a quién, resulta imposible. No importa; puestos a pedir, también aspiro a merecerme el melancólico epitafio de Faetón: "Si no logró grandes cosas, al menos murió por alcanzarlas". Todas mis ambiciones son epitafios, qué curioso. La ventaja es que así no me las envidiará nadie.

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