Tinta y borrones

La emoción

En la era de la postverdad, la emoción es la que gana y en ese juego estamos todos metidos

Debió ser uno de esos llamados gurú de la comunicación el que empezó a recomendar a sus asesorados que apelara a la emoción en sus discursos. Sin importar el contenido, pero con un continente y puesta en escena épica, destinado a hacer sentir, que el sentimiento nuble la razón. Más corazón que cabeza, nada de datos, sólo mensajes que lleguen adentro, con los que todo el mundo se sienta identificado. Empatía. Fueron los políticos los primeros que empezaron con ese discurso, imitando un estilo más propio de la política norteamericana, donde los sueños y el patriotismo están por encima de cualquier otra cosa. Un estilo que encumbró a Obama hasta el punto que el expresidente de los Estados Unidos se hizo con el Nobel de la Paz. Pero que también supo conjugar Trump y ganar unas elecciones que cuando muy pocos lo esperaban.

Quién no se ha sentido más de una vez tentando a actuar con el corazón y no con la cabeza. No hacer caso a todos los consejos realistas y tirarte a la piscina, dejarte llevar por los sentimientos. En una época en la que la felicidad es casi obligada, cada vez son más las tendencias que te empujan a hacer cosas que nunca harías. La política no es ajena a ella y por eso los mensajes de nuestros dirigentes cada vez van más enfocados al emocionar que a razonar y ofrecer datos reales de su gestión. Y cala. El mensaje cala porque también en la era de la sobreinformación y de la falta de tiempo para contrastar todos los mensajes que llegan por todas las vías posibles, al final sólo vas a recordar el que te haya sacudido algo. Da igual que sea verdad o mentira si hace que se refuercen tus convicciones o si es justo lo que esperabas oír, tanto para sentirte orgulloso de tus dirigentes como para indignarte por el último escándalo. No tenemos tiempo de pensar, sólo de sentir.

Y en medio de esta vorágine seguimos echándonos las manos a la cabeza por las fakenews, por el nuevo -o antiguo- periodismo a golpe de titular al más puro estilo Sálvame, donde no nos importan mucho los datos, sino sentirnos parte del grupo y compartir la indignación por la información publicada, sin esperar a las explicaciones, sin haberlo contrastado, sin creer las rectificaciones. En era de las postverdad la emoción gana y en ese juego estamos todos metidos. Los políticos que venden su discurso y los medios que buscan el click. ¿Reflexión, dicen? Se llama periodismo y es lo único que puede salvarnos.

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