Mensaje en la botella

La educación y los debates estériles

Las señoras y señores ediles optaron por lo fácil y cómodo para hablar de la enseñanza

Vaya por delante que siempre es de agradecer que se hable de educación, en el foro que sea. El pasado viernes tocó en el plenario del Ayuntamiento de Córdoba, pero que nadie se haga ilusiones, porque lo allí dicho -debatir es otra cosa- poco tiene que ver con las necesidades de nuestro sistema de enseñanza. No será un servidor el que reste importancia a intercambiar opiniones sobre la educación pública, la concertada o la privada, pero desde luego no es lo más urgente. Y ahí está el error a mi juicio de las señoras y señores munícipes, que prefirieron el debate facilón, con argumentos que vienen de la sala de máquinas de los partidos y que solo buscan crear bando de buenos y malos entre los que defienden que el dinero público sea solo para la pública o que también se comparta con el modelo de la concertada. Para acabar pronto con esto, les diré que ninguno de las formaciones con representación en el pleno tiene un bagaje presentable ni serio en su trayectoria en el que hayan apostado con rigor por la educación. Todos suspensos.

Admito que es tentador hablar de estos asuntos en una cámara como la municipal, en la que los portavoces aprovechan para lucirse -intentarlo más bien- con temas que, al final, no son competencia de los ayuntamientos, pero que les sirve para alimentar su ego y quedar bien con las siglas a las que sirven, con el añadido de que como lo acordado no supone ningún compromiso de acción o presupuestario, pues tampoco genera un conflicto personal, moral o reproche ideológico.

Si de lo que se trata es de educación, nuestros ediles lo tenían a tiro de piedra para explicar, por ejemplo, por qué los niños andaluces siguen con unos resultados más que discretos en el informe PISA una vez más. O abordar la masificación de las aulas, la necesidad de un segundo docente en las clases, los horarios, los comedores, las nuevas tecnologías en el sistema, la situación laboral de profesorado, la participación de las familias en las decisiones de los centros, el acoso escolar, el fracaso del bilingüismo, el problema de la natalidad, la deficiente inspección educativa, los recortes, el estado de los edificios, la falta de compromiso de la administración en materia de enseñanza, la calidad o la necesidad de un pacto por la educación. Podría seguir, pero con este somero listado de urgencias es más que suficiente para retratar a los que antes de ayer se dedicaron -con la complicidad de algunos colectivos, qué pena- a querer aparentar que les interesa una problemas tan importante como es la formación (también en valores) de las generaciones que relevarán en el futuro a las que ahora están.

Su debate, simplón, sobre si educación pública o concertada, resultó estéril. Y lo peor, además, es la sensación que transmiten a la ciudadanía. Ya lo decía Salvador Dalí: no hay nada más surrealista que la propia realidad. Apañados estamos.

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