Hay momentos en la vida que se te quedan grabados sin saber por qué. Uno de esos momentos en mi caso ocurrió hace diez años, concretamente a principios de 2009, cuando recibimos en el periódico un correo electrónico con el que una familia pedía ayuda desde Sevilla para encontrar a su hija desaparecida. Recuerdo abrir la foto que adjuntaron y fijar los ojos en esa imagen de una niña de 17 años que desde entonces he visto -al igual que ustedes- cientos de veces, a la par que le comenté a un compañero que la historia me daba mala espina y que ojalá a esa chica no le hubiera ocurrido nada. Esa familia era la familia Del Castillo-Casanueva y la joven se llamaba Marta. Por desgracia, días más tarde toda España supo que la habían asesinado.
De aquello hace ya diez años, diez años en los que su asesino, encubridores e implicados en su desaparición se han reído y se siguen riendo de la Justicia y, lo peor de todo, se han reído y se siguen riendo de una familia a la que además le han torpedeado el corazón con mentiras sobre dónde está Marta. Es difícil entender cómo la Policía, en pleno siglo XXI, y la Justicia han fracasado estrepitosamente en este caso.
He dicho en varias ocasiones que admiro profundamente cómo Antonio y Eva, los padres de Marta, y cómo su abuelo José Antonio han afrontado todos estos años de cara a la opinión pública el infierno que han vivido y que siguen viviendo. Esa manera tan digna de afrontar lo inafrontable lo vuelven a demostrar en un documental que emitió el pasado martes Televisión Española en su programa Documentos TV, un documental titulado Marta, la niña de Sevilla, que recomiendo encarecidamente ver -se puede hacer a través de la Televisión a la carta en la web de RTVE-.
El periodista responsable del documental, Jenaro Castro, ha logrado lo que deseaba con el mismo, "aportar una perspectiva nueva de Marta del Castillo desde la óptica humana de su familia y seres más cercanos. El trato con los padres, el abuelo y las amistades de Marta fue conmovedor, de modo que intentamos ser fieles a su dolor infinito y a la búsqueda interminable de este caso sin final". Jenaro Castro ha hecho un buen trabajo, un buen trabajo que, además de un homenaje a Marta, es también un homenaje a una familia que pide lo que es justo en un mundo injusto, justicia para su hija y nieta y al menos tener un lugar donde llorarle. Sería lamentable que en unos años quien se autoconfesó asesino de Marta sea puesto en libertad -por desgracia, sin que se le aplique la prisión permanente revisable- y que la familia Del Castillo-Casanueva continúe sin ver cumplida esa necesidad de saber dónde están los restos de Marta, una familia que, insisto, nos ha enseñado a todos, con esa dignidad con la que han afrontado el dolor, a ser un poco más humanos.
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