UNA de las imágenes más deprimentes de este verano ha sido la de los reporteros televisivos persiguiendo a los familiares de las víctimas del accidente de Barajas como si fueran concejales marbellíes de la época de Jesús Gil o antiguas novias de Jesulín de Ubrique. Si todavía existen las facultades de Comunicación, esos vídeos deberían proyectarse en las aulas para explicar a los alumnos cómo no se deben hacer nunca las cosas. Porque lo que se vio en las televisiones durante la tarde del accidente fue bochornoso, y creo que me quedo corto.

Los reporteros corrían como perros rabiosos detrás de los familiares que acudían al recinto ferial donde se había instalado el tanatorio. Y luego se abalanzaban sobre ellos en medio de un fragor futbolístico de gritos, forcejeos, atropellos y preguntas idiotas dirigidas a una pobre gente destrozada que en muchos casos ni siquiera era consciente de lo que le acababa de pasar. Una jovencísima reportera le preguntó "¿Cómo se siente?" a una mujer que había perdido a un hijo en el accidente aéreo. Y lo mejor de todo no es la indescriptible estupidez de la pregunta, sino que la chica la hizo con la misma desenvoltura que usaría para entrevistar a un participante en la "tomatina" de Bunyol. Pues bien, esta reportera -y no sólo ella, sino también sus superiores- deberían ser condenados por un tribunal de honor periodístico a pasar ocho meses de reclusión en la consulta de un psicólogo, mirando, escuchando y aprendiendo a comportarse con un mínimo de respeto y educación.

Da miedo pensar que estos reporteros con modales de hincha del Manchester Utd. sean licenciados universitarios y hayan pasado unas mínimas pruebas de selección. Y más miedo da saber que bastantes de estos reporteros trabajan para cadenas públicas -como la antigua TVE- que están despidiendo a todos sus empleados con más de 51 años por considerarlos viejos e inútiles. Siento decirlo, pero los modales de rave party ibicenco de muchos reporteros jóvenes no son dignos de un informativo serio. Aunque después de lo que vimos el pasado 20 de agosto, es dudoso que todavía podamos hablar de informativos televisivos serios.

Cualquier campesino de África o de América del Sur, por pobre y por analfabeto que sea, sabe que hay algo sagrado en el dolor de una persona que acaba de sufrir la pérdida de un ser querido, y que por eso mismo no se la puede molestar ni humillar. Pero en la hipercivilizada Europa estamos empezando a olvidar las verdades más elementales de la vida. Los reporteros gritones que perseguían a los familiares de las víctimas del accidente de Barajas no parecían saber muy bien si estaban en un tanatorio o en Port Aventura. O bueno, sí lo sabían: estaban en Port Aventura.

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