No hubo milagro y empezó el duelo. Así podría interpretarse la frase de que España es un gran país, del delegado del Gobierno en Andalucía, tras el rescate del cadáver del niño malagueño al que se tragó una montaña hace dos semanas. Gran país, se deduce, por los enormes medios públicos y particulares que se movilizaron para rescatar a Julen. La mayoría de las 37 empresas privadas que intervinieron son de Málaga, pero también de Sevilla, Madrid, Valencia… hasta de Estocolmo. Gómez de Celis añadía que los españoles somos un gran pueblo. Es el consuelo a la ola de solidaridad con la suerte de este chiquillo, y por la empatía que ha provocado en todas partes el dolor de su familia. Imposible no identificarse; todos tenemos hijos, nietos o sobrinos de esa edad y nos angustia simplemente imaginarles en esa situación. Y la frustración, consumada la tragedia, es intensa.

Pero también somos un pequeño país en el cumplimiento de las normas. Un hecho en apariencia banal, un pozo en una finca particular sin licencia, sin proyecto, sin precaución en la seguridad posterior, es el origen de este accidente fatal. ¿Quién se va a enterar? ¿A quién hace daño? No es sólo mala suerte. Ayer el dirigente político hacía un llamamiento a todos los que hayan realizado pozos ilegales, que no son pocos, porque están a tiempo de sellarlos en condiciones. Duelo y rabia.

Pero no son sólo pozos. Es larga la lista de normas que nos saltamos a diario, que generan daños a veces irreparables. Obras de todas clases que se realizan sin permiso o sin la protección debida. Motos que sistemáticamente se saltan semáforos, ciclistas en contramano o velocidad excesiva de todo tipo de vehículos en ciudad o en carretera. Imprudencias que se realizan desaprensivamente sin pensar las consecuencias.

España ha demostrado una actitud ejemplar en este drama; se desató una calurosa y espontánea solidaridad. Pero, así mismo, hubo miserias, como el impudor ante la desgracia humana de algunas televisiones, que han convertido la pesadilla de esta familia paleña en un circo. Espanta una desgracia semejante convertida en morbo, audiencia, negocio. Un destacado ejemplo es la falta de decoro de Juan Jesús Cortés, con un afán de protagonismo alejado de la dignidad con la que soportó la desaparición de su hija, la pequeña Mariluz de Huelva, asesinada hace once años.

La misión colosal acabó con el peor y más probable de los resultados. El afán de 300 personas, que movieron 85.000 toneladas de tierra en dos semanas, hasta dar con el niño desaparecido, fue seguido con ansiedad por millones de españoles. La investigación policial nos tiene que contar muchas cosas sobre las circunstancias de su muerte, pero de momento, todos de distintas maneras haremos el duelo por Julen. Con el consuelo de que se intentó rescatarle con vida, el cuerpo encogido por la tristeza del fracaso y el lamento por su mala fortuna.

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