La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Yo dimito

Por fin conjugamos el verbo dimitir: hay algo positivo tras el escándalo de los listos que se vacunan antes de tiempo

T E vacunarías si tuvieras la oportunidad? No hablo de maniobrar ni pagar a nadie para conseguir un hueco. Ni siquiera de aprovechar tu puesto, político o profesional, para saltarte la cola. De repente se queda colgada una dosis en el centro de salud de tu barrio y suena el teléfono: ¿no bajaríamos corriendo? De repente un amigo te llama y te dice que te puede colar: ¿tu moral es tan sólida que dirías "no"? De repente te llega una instrucción interna de tu trabajo indicando que tu función es "esencial" y te tienes que vacunar: ¿te negarías alegando razones éticas?

La historia de la Humanidad es una historia de miserias. De ricos y pobres. De privilegiados y desprotegidos. De sálvese quien pueda. Lo único que ha hecho la crisis del Covid es ponernos frente al espejo y retratarnos cuando damos lecciones antes de tiempo. Le pasó al PP. Tanta sangre hizo cuando unos alcaldes socialistas se pusieron la vacuna que la reacción llegó con efecto boomerang. No fueron los únicos. Luego nos enteramos del caso de los médicos jubilados, de los altos cargos "que seguían el protocolo", de los militares que "cumplían órdenes"…

Pareciera que hemos olvidado de golpe todas las películas, la Historia misma, que nos hablan de qué pasa cuando está en juego lo más preciado, lo único insobornable, la vida. De los primeros que se suben al bote salvavidas cuando se hunde el Titanic, que esquivan los misiles en un búnker antinuclear o, simplemente, se refugian en su 'habitación del pánico'.

Claro que es indigno, indecente y vergonzoso saltarse la cola de la vacunación. Pero diferenciemos los casos y asumamos una realidad: no todos tenemos el mismo nivel de vulnerabilidad, pero tampoco de exposición y responsabilidad. Hay países, por ejemplo, que han empezado inmunizando a los jóvenes porque son los que más contagian; hay zonas en que se han priorizado a otros colectivos (los mayores que no están en residencias) y hay, en todos los casos, una lección difícil de asumir sobre la esencia misma de una cola. Que a unos les toca al principio y a otros al final.

Lo que no es admisible es que el Gobierno haya planteado una campaña de vacunación sin plan B para cuando sobren dosis, cuando alguien falta a una cita o se produce cualquier imprevisto. Que no se haya explicado la letra pequeña de la estrategia; tal vez porque ni la haya.

Todo eso hay que exigirlo y construirlo, pero quedémonos con lo positivo de la polémica: por fin en España se conjuga el verbo dimitir. No es ninguna frivolidad; el escarnio público es mucho más efectivo que la autodisciplina moral.

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