Afrontamos campaña desde lo diluido de nuestros presuntos líderes. Haciendo un esfuerzo, por obviar -para no saturar- el asunto exhumación, miro el plantel y constato, que casi todos se nos han venido abajo. Que los indignados están menos indignados o hasta despiertan indignación, que los que vinieron a renovar, no renuevan, que la indefinición eterna es arriesgada, que la casta sigue casta, seguidos de cerca por ultras, y los sillones siguen configurados como el tesoro ansiado por todos. Líderes diluidos, como diluirse parecen nuestras ilusiones. La expectación ha caído, y lo emocionante por lo nuevo versus lo viejo, ha pasado a ser mero antecedente que, a veces, roza lo indecente. Resulta que los del verde, no son verdes, los del rojo, poco rojos y así, todos difuminados.

Se nos diluyen, líderes y no líderes, sujetos de dentro y de fuera de la política y como los noviazgos en su ocaso, caen y se disuelven las sensaciones que lo hizo ilusionante, pierden intensidad los sentimientos, los apoyos y las convicciones, sin ser ya capaces de dar la cara por aquellos. La ideología, los valores y hasta los afectos nos condicionan. Condicionan nuestros comportamientos, nuestras actitudes y nuestras valoraciones. Aquellos en los que pusimos ilusión y nuestras expectativas cuentan con una especie de película protectora que nos hace juzgarlos con otros parámetros. A mismos acontecimientos y procederes, no puntuamos igual la metedura de pata de otros terceros que la de nuestros terceros. Y no son estos, sino nuestra necesidad de admirar y de creer, lo que saca lo mejor de nosotros. No reaccionamos igual con éstos, que con el resto del mundo. Nos cuesta condenarlos, puede que hasta descubramos en nosotros una nueva capacidad de sopesar antes de reprocharles, de llegar a condenarlos. Con ellos, los nuestros, nos sosegamos, cuestionamos y activamos lo del voto de confianza antes de denostar. Nos importan y contenemos el exabrupto ante la faena y la decepción porque por ellos, tenemos la capacidad de ver que podemos ser injustos. Frente a otros, no filtramos.

No obstante, todo tiene un límite y hay gotas que colman hasta nuestro vaso. Puede que nos cansemos de justificar lo injustificable, que pongamos un tope, que no estén eternamente imbuidos de autoridad y se les caiga la capa protectora que nuestro afecto y nuestra lealtad les concedió. Se diluyen, y en la convicción de que ahí permaneceremos, pueden perdernos; las decepciones y el desencanto, pueden liberarnos de esa atadura moral que erróneamente establecimos. Que no se sostiene eternamente quien no nos ve como los vemos, quien no nos defiende como los defendemos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios