Hay una cosa que el 155 ha traído sin la más mínima duda: ha templado el caldo. Antes de la vuelta del Estado de Derecho a Cataluña, los días eran interminables: una sucesión de disparates y atropellos tan intensa que cansaba, agotaba los argumentos y generaba una tensión artificial para colocarnos en una ansiedad de la que no podríamos escapar sin frustración. Después del 115 y, sobre todo, tras la inmediata convocatoria de elecciones, no nos pudimos vacunar totalmente frente al histrionismo separatista, pero las circunstancias son diferentes, porque lo que ahora protagoniza el debate es el voto de las personas. Y eso está aquí ya.

En tres días, votarem; bueno, ojalá, votarán. Les toca, pero es más que evidente que la votación afecta a todo el territorio, no solo al catalán. La clave es tremenda y solo hay una opción que efectivamente cambia lo que hasta ahora ha derivado en una estupidez tras otra. Solo un gobierno de signo constitucionalista modifica el mapa político catalán y, consecuentemente, el español. Las encuestas ponen de manifiesto que el bloque formado por los partidos independentistas y los que no lo son se encuentran muy igualados, ligeramente por encima uno del otro en cada una de ellas. Como árbitro, los comunes: Podemos. Este escenario me sugiere una profunda inquietud porque, aunque podamos vivir la machada de que un partido que defienda la unidad del país en Cataluña alcance la victoria electoral, para gobernar hará falta mucho sentido de Estado y no abunda.

No ocultaré mis deseos: quiero que Inés Arrimadas sea la futura Presidenta de la Generalitat, pero no sé si eso será posible. No sé si lo será porque, mientras el bloque separatista apoyará sin fisuras al candidato que designen para gobernar si suman, parte del constitucionalista hace el primaveras en campaña, poniendo en cuestión la oportunidad de un gobierno de Arrimadas, estableciendo incluso vetos frente a ella, inimaginables en el otro lado. Y luego están los comunes, cuyo concurso en un gobierno constitucional es bastante improbable.

Tres días. Recuperar la normalidad de un gobierno que salga de las urnas, que cumpla sus obligaciones y no se cargue todo lo que une de un plumazo, sometiendo a los dueños de todo esto, nosotros, en rehenes obligados de cuatro imbéciles con muchas pretensiones y pocas luces, con la suerte bárbara de largarse en mitad de la tormenta a comer chocolate. No sé si será posible, ojalá, pero qué ganas de una "Cataluña triunfal", que vuelva a ser rica y grande, y, ¡ay!, "que retrocedan esas gentes, tan ufanas y arrogantes".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios