Una de las cosas que más me sorprende de esta locura que se acerca ya al año es el silencio. Creo haberlo escrito antes. El silencio es algo que acompaña a la noche habitualmente, al menos en las calles tranquilas. La mía, mi calle, es una de esas. Una calle calmada. Y siempre ha habido silencio, pero empezaba más tarde. Ahora el silencio comienza antes y dura más.

La pandemia nos ha traído otra forma de ser, otra forma de entender las cosas que pasan y, especialmente, de no entenderlas. Vivimos muchas sensaciones encontradas: miedo, por si nos contagiamos; miedo, por si ya lo tenemos y lo sabemos; miedo, por si lo tenemos sin saberlo; mucho miedo, por todos los nuestros. El miedo se viste de preocupación, lógica por cuanto rodea a esta situación; de perplejidad, porque a pesar de lo que ocurre, parece a veces que no ocurriera nada; de enfado, porque la salud perjudica a la economía y la economía perjudica a la salud y el equilibrio es imposible; de frustración, porque queremos dirección y nadie lo hace bien del todo, ni mal tampoco, ni todo lo contrario. La sensación compartida más extendida es la incertidumbre. Y, mientras, avanzamos al tran-tran, más que nada por no quedarnos quietos del todo, por hacer como si, por seguir. A la espera de que acabe.

El silencio tiene muchas caras en estos tiempos. El primero y más importante es el silencio de los muertos. Han sido muchos, pero creo que todavía, desgraciada y afortunadamente al tiempo, no se ha extendido. No es demasiado corriente aún encontrarnos en nuestros círculos abundantes ejemplos. Me temo que llegará. Como llegó para el segundo silencio, el de los enfermos. Incluso cuando nos confinaron la primera vez, no recuerdo que supiéramos de tantos cercanos que hubiesen caído. Pasaba, pero no a nosotros, no tan cerca. Hoy eso ya es historia. Pasa todos los días. Al lado. El tercero es el de lo mal que va todo, con el dinero, con el trabajo, con las expectativas. El pan nuestro de cada día vocifera silente que empieza a no ser pan, ni nuestro, ni de cada día. Y es silencio para mucho tiempo. Antes aplaudíamos, ahora ya ni eso.

La vacuna parece también silenciosa. Al menos, no hace mucho ruido. Ha llegado y una tímida esperanza pareció querer gritarla, pero es tanto el revuelo que montaría la ilusión que hemos contenido la voz. Hasta para decir que es muy lento todo esto, que se necesita más rapidez, que sería conveniente que nos dijeran cómo está siendo y cómo va a ser eso de ponérnosla a todos, que para cuándo, por hacernos una idea, que cómo, para saber a qué atenernos.

Y, sí, el silencio también se rompe a veces. Los gobiernos hablan y molestan. Digan lo que digan. Muchos listos también. Algunos tontos antes callaban y ahora no paran. Y el resto, muchos (ni gobierno, ni muy listos, ni muy tontos; muy normales y muy sufridos), esperamos. No sabemos muy bien qué. Escuchen. Exacto.

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