La vida vista

Félix Ruiz / Cardador /

Sin destino

DUELO en las letras por la muerte de Imre Kertész, un escritor mayúsculo, heredero más que digno de su idolatrado Thomas Mann. El autor falleció ayer a los 86 años y después de protagonizar una prolífica y seria carrera que en sus primeros años fue incomprendida y minusvalorada pero que con el paso del tiempo le convirtió en el único húngaro que ha ganado el Premio Nobel de Literatura. En España, por fortuna, su obra la hemos podido disfrutar a fondo gracias a la editorial Acantalido, gran difusora de las literaturas del Europa del Este y cuyos ejemplares son una obra de arte en sí mismos por su belleza y por el mimo que en ellos hay puesto. Con uno de esos ejemplares, una traducción de Judith Xantus de su novela Sin destino, pasé unas vacaciones navideñas y mantengo un recuerdo inolvidable de esa obra gigante en la que Kertész relata las tristes andanzas de un adolescente en los campos de concentración nazi y en la que hay mucho de su propia experiencia pues él mismo sobrevivió a su paso por Auschwitz y en Buchenwald cuando era casi que un chiquillo. Lo mejor de la obra es que el exterminio y las lamentables condiciones de vida se narran sin dejar hueco a la sensiblería, que tanto cunde cuando se habla del Holocausto, y con una fina ironía que le otorga al relato una profundidad psicológica mayor. Sin destino, como en general toda la obra de Kertész, es en el fondo una reflexión sobre el totalitarismo en la que se refleja el lugar al que puede conducirse la sociedad occidental si se pisotean los valores centrales de la civilización europea y su raíz grecocristiana. El propio Kerstesz decía que lo que él vivió bajo los nazis lo vivieron otros de forma similar en los gulags soviéticos y sostenía que los totalitarismos pueden volver a repetirse pues se encuentran ya dentro de nuestra cultura. En estos tiempos de confusión, cuando los radicalismos nacionalistas o comunistas fermentan, la literatura del Nobel húngaro cobra un valor esencial para alertar de que no existe vacuna contra las tragedias vividas y que es obligación nuestra, diaria, proteger la dignidad humana y la libertad. Leer a Kerstész ahora que ha muerto es una buena forma de recordar que nunca hay que dar nada por hecho. Descanse en paz este soberbio intelectual.

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