Después de tanta fiesta y cerrado el capítulo de la celebración para encarar la dolorosa cuesta de enero, metidos ya en la faena de un año nuevo, con menos ganas que el que menos tenga, es obligado volver a la realidad. Como era de esperar, manifiestamente mejorable. Lo que no quiere decir que vaya a mejorar.

Lo que nos espera tiene toda la pinta de ser memorable. El panorama que tenemos por delante es muy poco alentador para todo el ejército de candidatos y candidatas que van a agarrarse a las próximas elecciones municipales, y autonómicas donde toquen (prácticamente en todo el país), como si fueran lapas. El riesgo para ellos es tremendo. A la normalmente dificilísima tarea de gobernar una ciudad, esta vez los próceres locales de cada sitio deben afrontar el juicio sobre sus mandatos con la conciencia de cargar el peso, enorme, de la rotunda torpeza de sus jefes, bien encaramados en un gobierno inesperado pero pertinaz, sostenido por un empacho de gestos, o bien impelidos al cambio en una oposición confusa con un mensaje simplón y rancio. Una ciudad es mucho de su alcalde o alcaldesa, pero el cargo y la gestión ideológica, que es también (y mayormente) personal, no lo aguantan todo. Más aún cuando los listos de las alturas son de tal bajura. El castigo que les espera, sin tener siempre toda la culpa, puede ser de traca, y para nosotros quedará una resaca formidable.

La lectura autonómica es un poco distinta porque, como hemos conocido hace poco aquí, los errores de cálculo y estrategia no son patrimonio exclusivo de los grandes gerifaltes. Las cabezas de ratón, más grandes o más chicos (los ratones) afligen a sus propios con estrépito, cuando rige la soberbia y se confunde el porvenir con el venir por. Quiero decir que muchas veces los que tiren del carro regional, si aún puede decirse tal cosa, serán los primeros y casi exclusivos responsables del fiasco.

Dejo fuera lo de Europa a propósito porque, siendo -como me parece, con mucho- lo más importante, el silencio práctico que impondrá una multicampaña a los temas que nos marcarán, y más aún, tras el fatídico Brexit, merece una reflexión más completa.

El drama ha empezado incluso antes del principio, como todos sabemos. Vivimos desde hace una eternidad una campaña interminable y esta situación (triste, desalentadora) es la lógica consecuencia de un vacío de ideas y liderazgos sin precedentes: un secadero de buenas intenciones y un rosario de chorradas que nos hacen perder el tiempo, el dinero y el interés. El interés es crucial porque es su arrolladora ausencia la que primero abrió un melón populista a la izquierda y, ahora, ha abierto otro grande por la derecha. Extremos; ése es el desafío: contener los extremos que se van a tocar y nos pueden dejar en una posición poco decorosa y simplemente peligrosa. Divertirse, me temo, ya no es una opción viable.

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