No lo vi venir ni de lejos. Trump podía representar un riesgo ideológico, pero estaba convencido de que su candidatura facilitaba el triunfo de Hillary Clinton, o de cualquier otro demócrata. No podía ser, me repetía, que tanta barbaridad tan mal hilvanada pudiera premiarse con un voto para ser presidente de los Estados Unidos. Pues, vaya, me equivoqué. Pero bien equivocado.

Los analistas coinciden ahora, tras las elecciones resueltas, en el escaso valor de la candidata demócrata. Parece que todos sabían que Hillary tenía un techo definido. Bueno, si es así, en menos de una semana ha pasado de ser la candidata mejor preparada para el puesto en la Historia a encarnar la opción desesperada del poder institucional de Washington para mantener las cosas como están. Los análisis con los votos lo aguantan todo. Y antes de votar, parece que también.

No tengo ni la más remota idea de lo que ha ocurrido para que Trump se convierta en presidente con esa claridad. Aunque convendría recordar, a pesar de la derrota demócrata, que los votos populares prefirieron a Hillary. El sistema electoral estadounidense ha jugado en favor de los republicanos otra vez. Como todos los sistemas electorales admite críticas sobre sus ventajas pero son las reglas comunes aceptadas y solo días antes de la elección, Hillary conseguiría según las encuestas una victoria discreta en votos populares pero rotunda en votos electorales. Luego, el problema no es el sistema.

El cineasta Michael Moore escribió un artículo vaticinando la victoria de Trump el pasado mes de julio. Yo no lo leí, ni siquiera supe que lo había escrito y, posiblemente, ante la avalancha de información sobre las elecciones y las sacudidas de los discursos del ahora presidente electo, si lo hubiera leído entonces, no la habría valorado. Pero el hecho es que Moore lo clava. Moore disecciona la realidad norteamericana en cinco razones por las que Trump iba a ganar y acierta. Incluso refiere los estados vitales para los republicanos en esta elección, lo que finalmente ha pasado en Ohio, Pensilvania, Michigan y Carolina del Norte, y predice el resultado. Hay que contrastar la realidad, no basta con desear que la realidad que te gusta se imponga, porque es más lógica, más cierta y mejor. Hay que contrastar. Y me temo que el problema verdadero reside en que la teórica mayoría occidental progresista, pero moderada, no lo está haciendo, confiada en que la bondad de sus planteamientos, también teóricamente, es bastante. La práctica electoral ha reventado ese esquema en el Reino Unido, con el Brexit, en Colombia, con el no al acuerdo de paz con las FARC, y en Estados Unidos, con el triunfo de Trump. ¿Próxima estación en Francia?

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