En los últimos meses, ha aparecido un dato sobre nuestro sistema de pensiones que, habiendo pasado casi inadvertido, confirma sin embargo su inviabilidad: las cotizaciones sociales que un trabajador acumula durante toda su vida laboral se agotan en unos 12 años, esto es, que transcurrido ese periodo, la Seguridad Social ya habría abonado a los jubilados el equivalente a los derechos que generaron con sus aportaciones. Hablamos por supuesto en términos de esfuerzo, es decir, de cantidades que son a lo largo del tiempo financieramente equiparables. Si a ello sumamos otros retornos, como las pensiones de viudedad y de orfandad que incrementan aún más tal reintegro, no podemos sino compartir lo dicho por José Antonio Herce, presidente del Foro de Expertos Independientes del Instituto BBVA de Pensiones: "La Seguridad Social española es muy justa. De hecho -añade- es injusta por exceso, porque a los 12 años de haberte jubilado te han devuelto tus cotizaciones".

No ignoro, claro, que esa afirmación no pasa de indiciaria. Nuestro modelo de pensiones públicas no se basa en lo que el jubilado aportó, sino que se configura como un sistema de reparto, en el que los cotizantes actuales pagan las pensiones vigentes. Pero, en el fondo, ese desequilibrio lo que provoca es una traslación a las generaciones futuras de la cobertura del desfase. Y todo se complica con el aumento de la esperanza de vida: según el INE, un español que se jubile hoy vivirá hasta los 86 años, 21 más de la edad usual de jubilación (65) y en torno a 9 por encima del momento en el que se produce el agotamiento de su teórico saldo contra el Estado.

Ni quito ni pongo rey. Son cifras comprobables. Por supuesto que defiendo que nuestros pensionistas -yo lo soy- ingresen una pensión digna y vitalicia. Pero los números no salen y me preocupa que nuestros políticos jamás se hayan tomado en serio un asunto tan crucial, cuya trascendencia resume bien Juan Fernando Robles, profesor del Centro de Estudios Financieros (CEF): siendo un déficit creciente y crónico, "acaba produciendo una situación de injusticia generacional que empobrece a la población en activo frente a los pasivos", sin ofrecerle además expectativas creíbles de continuidad. Habría que ponerse ya a resolver lo que ahora es un problema económico y mañana pudiera terminar siendo una guerra de edades, un cisma social, un conflicto intergeneracional de consecuencias imprevisibles.

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