El presidente nombró la (gran) crisis de nuestras vidas y no me inquietó coincidir en la denominación con Redondo. No hay patente en las palabras y, además, un alarde de originalidad exclusiva en estos tiempos no suma. Es una descripción acertada y hace cuatro semanas que vengo escribiéndola: es, en efecto, la crisis de nuestras vidas. Más allá de la coincidencia verbal, haremos bien en asumir un escenario tan cruel como parece, tan peligroso como sentimos, porque la esperanza, única facción en que milito, se nutre de la verdad.

La curva. Es la cifra. El saco donde metemos a los muertos, aunque no digamos sus nombres porque la estadística es fría. Doblegarla es que el número de fallecidos sea más bajo cada día. Estamos por encima de doce mil totales. Iremos mejor si el número de bajas es inferior al de los días anteriores o si, al menos, no sube. Si ayer hubo ochocientos, hoy no habrá cero. Y eso seguirá así por bastantes días más. Lograr que sea sensiblemente más baja cada día y la estaremos doblegando. ¿Cuándo? Ni la más remota idea. El consenso es que será más pronto cuanto más confinamiento haya durante el viaje. Solo manda la ciencia, sin distracciones: quedarse en casa, parar la sangría, invertir el dato y encontrar el remedio. Y no olvidar que la curva son miles de nombres y apellidos.

Los planos. Son un tormento. La pléyade de fanáticos de uno y otro signo que inundan todo. El gobierno lo hace bien, el gobierno lo hace mal. Planos porque son simples. Tontos del bote. Ni la crítica vacía ni el seguidismo borrego construyen un carajo. Estorban. Si señalas que la improvisación del ejecutivo o el titubeo partidario de la coalición es lamentable, no te conviertes en un facha cabrón; y si afirmas que se deje la disputa para cuando acabe esto, porque hace falta patriotismo del bueno, no eres un rojo comeniños. Tenemos cabeza, ojos y boca. Advertir el error y celebrar el acierto es leal con el país. Lo que importa. Por eso aplaudimos a las ocho, porque nos necesitamos. Sobran la cacerola y la fanfarria.

El plan. Imprescindible. Lo mejor de esta crisis, además de los héroes sanitarios, es la gente corriente que está dando un ejemplo impresionante. Pero nada es igual. Exijo un cambio radical para apoyar y no ahogar, para construir, porque lo que encontraremos a la vuelta es una sociedad herida y asustada y una economía devastada. Agilizar, de verdad, procesos y soluciones. Nadie entenderá una burocracia inútil. El mejor plan lo trazas tú, sin esperar maná, porque habrá poco o no llegará a todos. Lloraremos sobre el escombro, pero tendremos que recomenzar desde ahí -con o sin ayuda. Y sin un segundo (entonces sí) para las autoridades y la administración, si ofrecen indolencia, arrogancia o discusiones sobre naderías. Ya no cabrán. Porque recomenzar no es volver a lo de antes. Es empezar de nuevo.

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