La semana

Fernando Jáuregui

Ni cumbre de Marivent

RESULTARÍA increíble, aunque demasiado creíble, que los encuentros previstos para esta semana entre Rajoy y Pedro Sánchez y entre Rajoy y Albert Rivera no diesen el más mínimo fruto. Si no han entendido aún el mensaje que les envía todos los días el conjunto de los medios, esa sociedad de la que los tres parecen estar tan alejados, ensimismados en sus monólogos, difícilmente van a comprenderlo ya. La anormalidad política más completa se ha instalado en el mundo político español -que es mucho más que La Moncloa, Génova, Ferraz y la calle Alcalá, donde se ubica la sede de Ciudadanos-: hasta el punto de que no se sabe bien si el Rey podrá ir a visitar a los atletas españoles en los Juegos Olímpicos y, lo que es más importante, si el jefe del Estado podrá -o querrá- mantener su habitual encuentro agosteño en Marivent con el jefe del Gobierno (este año en funciones). O sea: la actividad del jefe del Estado está quedando severamente limitada, y no podemos olvidar el papel de representación que al Rey le compete según esa misma Constitución hoy tan traída y llevada en lo tocante a las ambigüedades e insuficiencias, tan citados, del artículo 99 (entre otros).

Si 'ellos', a los que algunos con memoria histórica en la calle empiezan a llamar, recordando a la China cerrada post Mao, 'la banda de los cuatro', están comprobando que sus estrategias y tácticas no están funcionando, ¿cómo es posible que, en aras del interés de la Patria, no las cambien? ¿Qué impide, excepto la tozudez y el sostenella y no enmendalla, a Albert Rivera, que no está tan constreñido por comités federales y demás como Pedro Sánchez, el variar de rumbo y anunciar que sí, que apoyará no a Rajoy, sino a la mayoría en el Parlamento, a cambio de severas condiciones reformistas, que puedan pasar por un relevo del propio Rajoy a medio plazo, cuando el PP celebre su congreso? ¿Qué impide a Rajoy, si no es su idiosincrasia elefantiásica, llegar a sus interlocutores con ofertas que, a la luz de la consideración de la opinión pública, no puedan rechazar, prometiendo formalmente someterse al 'tormento' de la investidura e incluyendo su propia marcha a medio plazo, aprovechando el mentado congreso del PP, ya tan aplazado?

De lo de Pedro Sánchez y el PSOE ya casi no hablo, porque el batiburrillo que le ata de manos y pies, comenzando por él mismo y siguiendo por algunos 'barones' y baronías, es tan considerable que no hay quien lo entienda: algo tiene que ocurrir, urgentemente, en el segundo partido de España, porque es vital que el PSOE se comprometa en la gobenabilidad e impulse también este período reformista. Y, finalmente, Pablo Iglesias y Podemos no cuentan, no deben contar, en este juego de ajedrez del poder sino como fuerza crítica, que aglutine el descontento que siembran los otros tres.

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