Hace menos de cuatro semanas, Mariano Rajoy pensaba que podía volver a ganar en 2020. Estaba convencido de que la Legislatura llegaría al final: recuperación económica, estabilidad presupuestaria y una mayoría precaria pero suficiente en el Congreso. Hoy, está jubilado. Su marcha ha tenido gestos elegantes, aunque para los groseros ya tiene a hooligans como Rafael Hernando que hacen muy bien ese trabajo. Hay pocas dudas de que Rajoy ha sabido cómo irse, pero no cuándo. Tampoco por qué.

Su anuncio de que abre un congreso para elegir sucesor sin dedazo, al estilo de Fraga y Aznar, su advertencia de que ha tenido que asumir culpas propias y ajenas, y su aviso de que estará a la orden del nuevo líder, eran un desahogo contra su antecesor y padrino. También, un cambio modernizador en el partido que representa a la derecha conservadora confesional, aunque se presente siempre con la coletilla de centro-derecha.

El centro en Europa lo suelen ocupar partidos tolerantes, capaces de pactar a derecha e izquierda, generalmente formaciones entre la socialdemocracia y el liberalismo, que hacen de bisagra parlamentaria. Rajoy se irá bien, pero se ha ido tarde y no se ha enterado de por qué fue repudiado por una coalición adversa: su partido fue envenenado por la corrupción de muchos de sus dirigentes en múltiples instituciones. Después de alienarse por estos comportamientos, tiene ahora que realinearse con los principios democráticos, con una refundación.

Que aparezca Aznar, tan identificable con la derecha clásica, a ofrecerse para esa tarea es un sarcasmo. Bajo su mandato empezaron muchos de los casos de corrupción que le han estallado a Rajoy, la boda de su hija en El Escorial fue una especie de congreso de imputados en Gürtel y otros casos pendientes. Los españoles colocan al PP en las encuestas del CIS en 8,2 en una escala de 0 extrema izquierda y 10 extrema derecha. Si resulta chocante oír hablar de centro a dirigentes del PP, es aún más insólito en boca de Aznar, adalid de la derecha pura y dura.

Rivera debería librarse del padrinazgo que se atribuye al ex presidente sobre su futuro. De esta crisis, Ciudadanos es el único partido que sale sin beneficio. El PP puede disponer de uno valioso; su inmediata renovación. El PSOE está en el poder y ha impresionado con un Gobierno solvente. Y Podemos se ha quitado el pecado del voto contrario a la investidura de Sánchez en 2016. Pero Ciudadanos no ha sabido siquiera distanciarse del PP con una abstención en la censura. Su contrariedad al no conseguir elecciones inmediatas le ha dejado señalado.

Debe tener cuidado Rivera. El centro es un espacio frágil. Hace menos de cuatro años UPyD se las prometía muy felices, convencida de que iba a dar el gran estirón en las siguientes elecciones. Y hoy Rosa Díez y su partido están jubilados.

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