Tribuna

Grupo Tomás Moro

La crisis de los más pobres

SEGÚN datos recientes de Naciones Unidas, casi la mitad de la población mundial, unos 3.000 millones de personas, sobrevive con menos de 2 dólares al día (de ellos, sólo 1.200 millones de personas alcanzan el dólar diario); cada día, 30.000 niños de menos de 5 años mueren de enfermedades que hubieran podido ser evitadas; 2.400 millones de personas se ven privadas de instalaciones sanitarias satisfactorias; sólo en el África subsahariana, cerca de la mitad de la población no tiene acceso al agua potable. Al horizonte del 2020, algunos países africanos podrían perder más de una cuarta parte de su población activa por el SIDA. Frente a esto, el 20 por ciento de la población mundial tiene el 90 por ciento de las riquezas.

Son sólo algunas cifras sobre la pobreza en el mundo ¿Quién no ha se ha hecho eco alguna vez de estas noticias? ¿Quién no ha visto imágenes de niños desnutridos amamantándose de sus famélicas madres; mutilados por efecto de las bombas de racimo o antipersona; campos de refugiados; cadáveres en las cunetas por guerrillas fratricidas; niños esclavos en las minas o espulgando en los montones de basura? Estamos tan acostumbrados que lo consideramos normal. Incluso este continuo tintineo -que por supuesto nadie niega que no sea lamentable- nos llega a molestar cual aldabonazo con dolor de cabeza y para aliviarlo nada mejor, a modo de píldora reparadora, que un donativo. Con ello los síntomas de nuestro malestar de conciencia mejorarán pero -no nos engañemos- nuestro particular estipendio puede quedarse sólo en efecto placebo si no va acompañado de un cambio de actitud personal.

Unos amigos han viajado este verano a Etiopía -no precisamente a hacer turismo- y nos explicaban lo que han vivido hace sólo unos días en la propia Adís Abeba: inimaginables condiciones de vida para nosotros, pobreza y hambre extrema por doquier, leprosos y enfermos en las calles, y también rostros que se iluminaban a cambio de una sonrisa y un trozo de pan o una galleta y es que la mayoría de los etíopes ni siquiera pueden comprar un plátano en los puestos callejeros porque no tienen el céntimo que vale la unidad. Los primeros muertos por inanición de la actual crisis mundial de alimentos -nos decían- se producen en estos momentos en el sur y el oeste de este país africano (UNICEF calcula que 150.000 niños pueden morir en las cuatro próximas semanas), siendo causas inmediatas de la escasez la sequía y malas cosechas. Aunque también hay otras causas: el alimento básico de todos los etíopes es un pan gomoso que se elabora con el cereal nacional, el teff, que sólo se cultiva en Etiopía. Pero el encarecimiento brutal del teff con una subida del 150 por ciento del precio en los últimos cuatro meses está acabando con la resistencia de todos. Y es que se ha descubierto que este cereal, que se consume en Etiopía desde hace 5.000 años, no engorda, no tiene gluten y es rico en hierro y en calcio y si lo comes pierdes peso y reduces colesterol, causa que ha motivado el interés de los Estados Unidos y de países europeos que se han hecho con las cosechas con objeto de comercializarlo en la industria dietética. ¿Qué les parece?

Y nosotros ¿qué podemos hacer? Hablábamos al principio de colaboración económica, siempre necesaria, pero también de un cambio de actitud, aunque sólo sea por solidaridad con los demás ¿Podemos permanecer tranquilos y cómodos mientras seres humanos están sufriendo? Es frecuente decir o pensar: "Tengo derecho a vivir sin molestias, pues mis ingresos son suficientes para poder disfrutar de las comodidades de la vida moderna"; si soy estudiante, estudiaré lo menos posible; si soy empresario, venderé lo que me genere el mayor beneficio, sin importarme otro tipo de consecuencias; si soy trabajador por cuenta ajena, trabajaré pero sin complicarme, haré lo que se me obligue o lo que debo hacer hoy y no puedo posponer, pero al mínimo esfuerzo, sin desaprovechar ninguna ventaja de horario, vacaciones...

En el mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Misiones que se celebrará el próximo 19 de octubre, se dice que el progreso y desarrollo no deben ir contra la dignidad ni el bien del hombre; si no hay un desarrollo solidario se corre el riesgo de agudizar desequilibrios e injusticias ya existentes; la violencia, la pobreza, las discriminaciones y persecuciones oprimen por estas causas a millones de personas. La humanidad sufre y espera la verdadera libertad, espera un mundo diferente y mejor. Un mundo nuevo esperado que implica, en el fondo, un hombre nuevo, implica "hijos de Dios". La humanidad sin amor, sin caridad no tiene esperanza. La Misión es cuestión de amor.

Esperemos que la celebración de esta Jornada Mundial de Misiones nos anime a tomar una conciencia renovada de la urgente necesidad de anunciar que el amor ha llegado para todos sin distinción. Pongámoslo en práctica. Que la crisis no la paguen precisamente los más pobres. Participemos.

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