Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El criminal intacto

La vida es eso que nos pasa mientras hacemos planes. La infancia no es etapa para proyectos: se vive sin saberlo, no hay nada que planificar. La inocencia y el descubrimiento no dan espacio a la racionalidad en la búsqueda de tal o cual estado. Se ocupan los padres, que crían a sus hijos hasta que se nos van y después. En el otoño de la existencia, las personas han conseguido una parte mayor o menor de sus aspiraciones, y han pasado por una fase en la que todo plan estaba asociado al futuro de la propia descendencia o a la seguridad de un retiro en soledad, junto a la satisfacción -en el mejor de los casos- de haber logrado alguna meta laboral o sentimental. En medio del camino entre la fugaz niñez -cuya huella está siempre fresca- y el asombro del mayor al ver caer entre sus manos la fina arena del tiempo, está la juventud. La flor de la vida. El tiempo en que se deben conjugar la voluntad y la capacidad, el querer con el poder. El futuro es para el joven un paisaje apetitoso, que quien lo contempla delante de sí se ve con ganas de domeñar a su manera. O lo ignora espléndidamente.

Si el infortunio y la maldad humana se lo permiten... La muerte es la cara oculta y oscura de los días. Nada hay más antinatural que la muerte de una persona en su juventud. Nada hay que te remueva tanto como la desaparición de alguien en su plenitud, y más si nada anunciaba que eso pudiera suceder. Mucho más te estomaga su muerte si fue por mano de un congénere: por el capricho criminal de una alimaña con carnet de identidad. Y con antecedentes penales gravísimos. La previsibilidad del mal se topó, azarosa y fatalmente, con la bondad confiada, la ilusión y la llamada al mundo que siente una persona en sus 26. No fuimos capaces de evitarle a Laura Luelmo su muerte a manos de un canalla bien conocido en su condición. Una excrecencia social, sumamente peligrosa, que volvería, como volvió, a cometer atrocidades apenas se le cruzaran dos o tres estímulos, una puerta abierta al daño, un reflujo de fetidez en su mente que le hiciera de combustible. Si un asesino y agresor sexual queda en libertad tras cumplir su condena, debería estar bajo control a discreción y presentarse en comisaría con frecuencia y a demanda. Si al siniestro Montoya se le hubiera obligado a más estrechas vigilancia y revisiones, quizá no lo hubiera hecho. Salió sano y fuerte de una prisión que le hizo de balneario, y con su condición criminal intacta. Tardó poco. El tiempo de que un ángel inflado de ilusiones y con ganas de volar se le pusiera a tiro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios