Tinta y borrones

Cuando conocí a loquillo

Loquillo se paseaba sólo con su presencia, sin luces led ni montajes; se reía, fumaba y daba algún giro de rodilla

Vamos a ser sinceros. Bueno, voy a ser sincera. De cultura musical, más bien poca. De eso sabe mucho más mi amigo Cantador -al que pueden leer todos los sábados en estas mismas páginas-, que es una enciclopedia musical andante y elaborada, además, con muy buen gusto. Yo pertenezco más a la generación de las boybands y los cantautores románticos y, cuando se es adolescente, es muy difícil ir contracorriente al gusto de la mayoría. Y así me dejé llevar sin más a las listas de los más vendidos, a los álbumes de los ídolos de turno y a Operación Triunfo, la verdad. Y no es que yo sufriera porque en realidad escuchaba a Sabina pero lo escondía para tener tema de conversación con mis amigas. Es que, sinceramente, no veía más allá de los 40 principales. Imagino que éste sería el retrato de la mayoría de los de mi generación, treintañeros que ahora flipamos con Vetusta Morla. En fin, que yo de rock sabía lo estrictamente necesario, la mayoría de ello heredado de escuchar siempre las mismas canciones en el Long Rock.

Pero todo cambió el día que descubrí a Loquillo. Y fue, como casi todo en la vida, por casualidad. Me hice con unas entradas para uno de sus conciertos hace unos años en el marco del Festival de la Guitarra de Córdoba. Pensaba que ir a un concierto de Loquillo era una de las cosas que hay que hacer una vez en la vida y no dudé, a pesar de que no sabía si sería capaz de seguir más de una canción. Me acordaré siempre de esa noche y del momento en el que él apareció en el escenario del Teatro de la Axerquía, para mí el mejor espacio de Córdoba para escuchar música. Sólo un telón negro con el logotipo del Festival de la Guitarra. La banda y él, también de negro. Y nada más. Loquillo se paseaba por el escenario sólo con su presencia, sin luces led ni montajes imposibles. Reía, fumaba, de vez en cuando un giro de rodilla. Y yo, mientras, alucinaba. Cuando terminó el concierto no quise ir a ningún otro sitio para que nada contaminara el recuerdo de esa noche.

Ayer lo vi mientras recibía la medalla de las Bellas Artes. Loquillo -al que han llamado de todo, también facha- aprovechó la presencia del ministro para pedir que bajen el IVA cultural y protejan como se merece la labor de los artistas. Lo dijo sin levantar mucho la voz, sin despeinarse, y volvió a quedar como lo que es: un señor.

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