Todo es relativo. Ésa es una verdad verdadera. El tema está en que, con mucha frecuencia, no se distinguen bien las ventajas de relativizar de la más cutre indolencia. Relativizar, sí; pasar del todo, no tanto: que ya somos mayorcitos.

Vivimos muy deprisa. Demasiado. Y no solemos acudir a las fuentes. Por eso cometemos más errores de los debidos, errores gratuitos que luego pueden salir caros. Tomemos un respiro. Para las palabras escritas en español suele ser conveniente, desde esta óptica esencial, visitar el noble negociado de la limpieza, fijación y esplendor. En ese trayecto descubro que, si se predica compacto de un cuerpo, se está señalando que el mismo es de textura apretada, poco porosa. Pone un ejemplo el diccionario: "La caoba es más compacta que el pino". Eso mola. O sea, basta imaginar un algo muy porosete, qué sé yo, una esponja industrial, y compararla con cualquier cosa más firme, por tonta que parezca, por decir algo, un lápiz. Si a cualquiera le preguntasen "oye, tú, ¿qué?, ¿esponja o lápiz?", lo normal es que con una poquita de voluntad diga lápiz. Pues eso, compacto.

Otra: también como adjetivo, compacto es denso, condensado. No siempre lo denso y condensado es mejor que lo fluido, ligero y suelto. Pero es que, ¡ay, qué pesadumbre!, la frontera entre la fluidez y la confusión con lo hueco, superficial, esparcido y enrarecido es tan fina que el riesgo es mucho. Con lo que mejor, para evitar fisuras que nos condujeren a la melancolía tras apretar esfuerzos inútiles, situarnos, menos flexibles, en el mundo de lo compacto.

Sorprende que para los tipos de letra, en el sector de la imprenta, se hable del compacto para describir tipos ordinarios muy chupados. La letra chupada, ya sea ordinaria o no, es la letra de caracteres altos y estrechos, tanto es así que comúnmente se refieren a este tipo no como chupado, sino como estrecho. Es cuestión de gustos, lo sé, pero será mi deformación corporal la que me sugiere que mejor la amplitud a la estrechez y, aunque nada tengo en contra de la altura, más conviene asentar firme el trazo básico que prolongarlo hacia arriba, sin más sostén que la propia voluntad, porque, de fallar ésta, adiós al castillo de naipes.

En fin que, como al principio escribí, todo es relativo. Es relativamente fácil atormentarse por los soniquetes viscerales de las tripas que pierden pienso o caer en la autocomplacencia festiva que busca errores ajenos para dar causa y justificación a los propios y es relativamente fácil no ser, al fin, compacto. Pero la vida, cuestión de elecciones, relativiza también esas tentaciones y, sin caer en el triste coro del lamento, procura, a veces, contenido y relato. Cuando no se tiene, se puede perder el tiempo, que no pasa nada; pero, si existe, es mejor insistir, felizmente, en su desarrollo sólido con elementos fiables. Lo demás son solo letras.

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