La ciudad

Antes la gente se agotaba de tanto caminar, ahora se cansa de tantas horas comprando sentada frente al ordenador

Recuerdo todas mis transformaciones pero en este siglo no me reconozco. Parece que he perdido a mi gente, porque las personas han evolucionado hacia una dirección de consumo digital que les tiene encerrados en sus casas. Hace años que observo a mis habitantes saliendo de sus viviendas conduciendo sus coches que les llevaban hasta el trabajo, éstos casi no pisan mis calles. Si es caso van a cenar o a tomar algo con los amigos. Pero aun así me disfrutan de vez en cuando. Otros salen de los portales de sus hogares con el teléfono móvil en la mano y como no dejan de mirar sus pantallas ya no disfrutan de la belleza ni de los cambios de mis edificios, como tampoco de mis luces de Navidad con las que me acabo de engalanar. ¡Qué poquito levantan la cabeza para deleitarse con mis adornos! Cada Navidad engancho a las fachadas un entramado de coloridas redes luminosas, de lado a lado, para que por debajo mis vecinos estén arropados por un ambiente tierno que les perdura desde su infancia. Forro con luces de caramelo muchos edificios emblemáticas. La verdad es que da gusto verme lo brillante y acogedora que estoy hasta que se van los Reyes Magos.

Cuando mis calles eran de tierra las vestimentas de la gente lucían mate, parecían pobres. Se levantaba mucho polvo pero los puestos del mercadillo navideño iluminaban sus ojos enterneciendo sus caras. Les escuchaba decir: "Ya huele a Navidad". Cuando les puse asfalto, con el que cubrí todas mis vías, los coches se apelotonaban en grandes atascos por miles de personas que circulaban de un lado hacia otro para realizar las compras. Yo tenía, a mis pies, en cada acera, cientos de tiendas preciosas en las que se vendían millones de objetos que provocaban la tentación. Esa sensación de conseguir algo casi prohibido que elevaba su ilusión. Las personas entraban en ellas y salían cargadas de paquetes en sus manos. Corrían a sus domicilios y terminaban de envolver todos los regalos. Hoy, me pregunto dónde están todos. Ha llegado otro nuevo cambio que me transforma de manera inevitable. Tengo las tiendas casi vacías y muchas están cerradas con el fluorescente cartel naranja y negro de Se vende en sus abandonados escaparates. Acerco mis bombillas, cuales ojos, para ver qué sucede dentro de cada hogar y me sorprendo al descubrir hacia dónde vamos. Antes la gente se agotaba de tanto caminar, ahora se cansa de tantas horas comprando sentada frente al ordenador. Algo de mí está cambiando, me pregunto cómo será mi futuro.

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