Esta semana leí una carta. Sí, era de Pablo, Iglesias. Era de Pablo Iglesias e Irene Montero pero tengo la certeza de que la han escrito ellos, como pudo haberla escrito Pablo Casado hace cuatro años, yo misma hace dos o tantos y tantos otros. Lo más sobrecogedor de la misiva, es lo coincidente del mensaje, lo absolutamente idéntico del sentimiento. Por encima de todos uno: Gracias. Ese profundo agradecimiento a la sanidad pública de nuestro país, a sus profesionales, a sus recursos. Al plus de atención y cariño con el que lo gestionan más allá de la precisión en las técnicas, a las que le debemos la supervivencia de nuestros hijos e hijas. La han escrito ellos, pero todos los que lo hemos vivido, hemos releído nuestra propia historia, hemos repasado fotogramas de esa etapa en la que te ves vestido de verde, con mascarilla, calzas y batas, te lavas las manos con una conciencia desconocida y te introduces en esa sala.

En la UCI de neonatos no hay compromisarios, ni círculos podemitas; no hay hoces ni martillos, ni puños ni gaviotas. No hay hueco para colores, tan solo ese blanco casi azulado que tiñe esa nave espacial en la que nuestros hijos empiezan ese viaje a la vida. Somos nosotros quienes los traemos al mundo pero necesitan de toda esa tripulación uniformada para llevarlos finalmente a la vida. Viajan en naves de cristal, asépticas, llenos de cables y electrodos, respiradores y pitos, y sus papás y mamás miramos las incubadoras, receptivos al abrazo o la mano en el hombro de las batas blancas, muertos de miedo y con el pellizco y la frustración que genera lo irresoluble de sus necesidades en ese momento para nosotros.

El micromundo se concentra en esa sala y la sala de espera contigua, en el que un sentimiento de equipo se establece con el resto de papás y mamás, en que los logros de unos pasan a ser los de todos. Y el mundo exterior llega a través de mensajes, dando igual lo que se piense o en lo que se crea, llega por las misas que ofrecen, las ruedas de energía, las velas y las barras de incienso, los rezos o las meditaciones. Todo vale, todo cuenta, a todo nuevamente Gracias.

Y se logra, y se sale y se supera, pero nunca seremos los mismos, ya lo han escrito. Por aquí y para siempre queda la profundidad de nuestras miradas cada vez que se pasa por Reina Sofía, el retrotraerse de mil sensaciones en cada visita a la que siempre será nuestra guarida. Y, cómo no, ese sentimiento eterno: Gracias.

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